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"La gratitud de Dios"

 Tiempo de Adviento: 19 de Diciembre 

(ferias mayores)


Jc 13, 2-7. 24-25

Sal 70

Lc 1, 5-25



    La liturgia de la palabra de este día nos presenta a dos mujeres que son estériles. En aquel tiempo se consideraba casi una maldición que una mujer no pudiera tener hijos. Sin embargo, en la Sagrada Escritura encontramos mujeres estériles con las que el Señor hace milagros.


    ¿Por qué la Iglesia muestra este símbolo de esterilidad antes del nacimiento de Jesús? Porque Dios desea darnos una enseñanza: ese signo de infertilidad es la señal de que la humanidad es incapaz de dar un paso más, de que no puede por su propia cuenta alcanzar la meta, puesto que necesita de la gracia de Dios para lograr alcanzar sus proyectos-deseos.


    Donde ya no hay vida, Dios es capaz de hacer brotar vida en abundancia. Eso mismo pasa en la actualidad: cuando parece que la humanidad está seca, que es incapaz de seguir avanzando en el proyecto de Dios, viene la gracia, viene el Hijo muy amado del padre, viene la Salvación.


    Contemplar el anuncio del nacimiento de personajes excepcionales en la Sagrada Escritura nos ayuda a reflexionar en la continua y extraordinaria acción que Dios realiza en medio de la humanidad, en la infinidad de dones que concede a todos aquellos que acogen su Palabra con un corazón humilde y sencillo.


    Nosotros, como hombres de fe, esperamos al único que es capaz de recrear todas las cosas. Esperamos la novedad del Señor en nuestra vida. Eso es la Navidad, el saber que Dios rehace, del modo más maravilloso y portentoso, todas las cosas.


    Tanto la mujer de Manué, madre de Sansón, como Isabel, madre del Bautista, tendrán sus hijos por la acción del Espíritu Santo. ¿Y por qué esto es posible? Porque ellas se abrieron a la acción del Espíritu de Dios. Eso es lo que tenemos que hacer en estos tiempos, dejarnos conducir por el mismo Espíritu. Nosotros, por cuenta propia, no podemos, necesitamos de Él.


    No podemos salvarnos por méritos propios, ya que el único que salva es Dios. No debemos de confiar únicamente en nuestras fuerzas: ni las físicas, como las de Sansón, ni las intelectuales o espirituales como el Bautista. Cuando Sansón se independizó de Dios, perdió su fuerza. El Bautista nunca se creyó ser el Mesías, sino la voz que clama en el desierto: “preparen el camino”. Dios, por medio de su Hijo, con el Espíritu Santo, son los que nos mostraran el camino a seguir para nuestra salvación.


    Que en esta Navidad nuestra Iglesia este abierta al don de Dios y que se deje llenar por el Espíritu Santo, para que así sea una Iglesia fecunda, capaz de seguir generando vida en medio del mundo. Pidámosle al Señor, contemplando a su Hijo que ya viene, la gracia de la fecundidad en la Iglesia para seguir siendo portadores de la vida en el Espíritu Santo.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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