Domingo II Tiempo Ordinario Ciclo “B”
I S 3, 3b-10. 19
Sal 39
I Co 6, 13c-15a. 17-20
Jn 1, 35-42
Hemos comenzado el Tiempo Ordinario y la liturgia de la Palabra de este domingo nos presenta el tema de la vocación, del llamado que Dios hace a sus hijos. Podemos describir que la vocación, “es la actividad o condición de vida que una persona considera le corresponde.
En la primera lectura, nos encontramos a un Dios que llama. Aunque Samuel ya se había consagrado al servicio de Dios, aún no había recibido ninguna misión. Con este llamado Dios comienza su oficio de profeta, es decir un hombre encargado de trasmitir a otros el mensaje del Señor.
En el Evangelio, Jesús da el primer paso en el encuentro con aquellos discípulos: ¿Qué buscan? Dios es el que siempre tiene la iniciativa en la vida del creyente y procura hacernos más fácil el camino. Decía san Agustín: No pudiéramos dedicarnos a buscar a Dios si Él no se hubiera hecho el encontradizo”.
Los discípulos, al encontrar a Jesús, preguntan: “Rabbí, ¿dónde vives?” Si han llamado a Cristo de esa manera, es porque desean ser instruidos por Él. Si querían saber dónde vivía, significaba que ellos querían seguir sus pasos, deseaban estar junto con Él. Si recuerdan la hora exacta de haberse encontrado con el Señor, es porque ese encuentro les había cambiado la vida.
¿Qué sucede cuando estos primeros discípulos se encuentran con Jesucristo, el Cordero de Dios? Llaman a otros, concretamente a Simón. Este oficio realizado por Andrés es bellísimo. En las tres ocasiones que el Evangelio habla de él, se nos presenta llevándole personas a Jesús: está es la primera; la segunda es cuando le presenta a un joven que llevaba cinco panes y dos pescados (Jn 6, 8-9); la tercera es cuando lleva a unos griegos que preguntaban por el Maestro (Jn 12, 20ss).
Cada uno de nosotros tiene el deber y la obligación de descifrar el llamado que Dios nos hace; averiguar para qué misión nos llama el Señor y esforzarnos por cumplir dicha encomienda. Dios llama de muchas maneras. El Señor nos llama para llevar a cabo una misión especial en nuestra vida. De vez en cuando será conveniente que nos preguntemos: ¿cuál será mi misión? ¿Qué quieres que haga por ti? “Habla Señor, tu siervo te escucha”.
También, todos y cada uno de nosotros debemos de ser educadores de la fe en los otros; como lo fue Andrés, como lo fue Elí, como lo fue el Bautista, como lo fueron nuestros padres, como lo son nuestros catequistas, como lo es el Papa y los Obispos, etc.
En vista de la gloria que hemos de recibir, como los atletas, que necesitan abstenerse de muchos goces materiales con tal de mantenerse en forma apropiadamente para lograr vencer en la competencia, así también el cristiano está llamado a renunciar a ciertos aspectos en su vida para llegar a la vida eterna. No permitamos que el pecado nos arrebate la gloria eterna. Aquí una palabra clave será la de “huir” del pecado. En ocasiones podremos luchar contra muchas adversidades, pero otras veces tenemos que huir de ellas.
Que el Señor nos conceda la gracia de resistir o huir de los embates del maligno. Que cuando Él nos llame, respondamos con prontitud y generosidad a su llamado, para que así, podamos cumplir con fidelidad la misión que nos ha encomendado. Digámosle con plena confianza: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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