Martes I semana Tiempo Ordinario
Hb 2, 5-12
Sal 8
Mc 1, 21-28
¿Cómo habría sido la manera de predicar de Jesucristo? ¿Cómo hablaba ante sus oyentes? ¿Qué método empleaba o que palabras utilizaba para enseñar? El Evangelio de hoy nos dice que su manera de enseñar era con autoridad, no como lo hacían los escribas.
Recordemos que los escribas eran las autoridades del pueblo, los cuales tenían la tarea de enseñar a los hombres. Por desgracia su manera de instruir no era de corazón. En cambio, Jesús tiene una autoridad real, que su mismo Padre le ha otorgado por medio del Espíritu Santo: Cristo no busca solo seducir, sino que educa desde la verdad.
Que contraste tan grande entre Jesús y los escribas: mientras que Él enseña con humildad, exhortando a sus discípulos que “el que quiera ser el primero, tiene que ser el último, el servidor de todos” (Mc 9, 35), los fariseos se sentían los principales, los príncipes del pueblo. Cristo siempre sirvió a su pueblo, estaba siempre a su servicio y nos invita a ser servidores de todos.
Jesucristo también es cercano, no como los fariseos. Cristo no tiene repudio por la gente: Él toca a los leprosos, sana a los enfermos, levanta al pecador. En cambio, los fariseos despreciaban al pueblo, a los pobres, a los ignorantes, paseaban por las plazas para ser vistos por todos. También nosotros estamos llamados a ser cercano a quién lo necesite, a ser prójimo para con todos.
Otro punto que hace más grande la autoridad de Jesús es la coherencia. Cristo vivía lo que predicaba, había unidad integra entre todo lo que pesaba, decía y actuaba. Por otro lado, los escribas eran hipócritas: decían una cosa, pero hacían otra. Su manera de hablar y obrar era tan dividida, que el Maestro aconsejaba a sus discípulos: “hagan lo que les dicen, pero no imiten sus obras” (Mt 23, 3). No podemos caer en la misma hipocresía que los escribas, sino que el Señor no invita a nosotros a ser coherente con nuestra manera de vivir.
Podemos resumir: Jesús es humilde, está al servicio de todo el pueblo, se hace cercano a sus necesidades, no desprecia a la gente, es coherente con lo que dice y hace, y todo esto le da una autoridad que es admirada por todos los hombres.
No olvidemos que Jesús sigue venciendo, que Él “nos libra de todo mal” (Mt 6, 13). Así como recorría los caminos de Galilea, atendiendo a todos los enfermos y posesos, así también lo hace ahora, al salir al encuentro de los que somos débiles, de los esclavos, de los pecadores. Y nos quiere liberar, nos quiere curar. Jesucristo “es el Cordero que Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) y a eso ha venido al mundo, a liberarnos de todo mal.
Que el Señor nos de un corazón agradecido para comprender todo el bien que nos ha hecho; que nos conceda un corazón vigilante para poder rechazar las tentaciones del maligno; que nos otorgue un corazón compasivo, capaz de ser cercano a quién más lo necesite. Entonces, una vez que hayamos hecho todo esto, que alcancemos la humildad y bondad del Señor, podamos participar también de su autoridad para hacer el bien a todos nuestros hermanos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios
Publicar un comentario