Sábado III semana Tiempo Ordinario
Hb 11, 1-2. 8-19
Lc 1
Mc 4, 35-41
Hemos de darnos cuenta de que en este mundo somos peregrinos, los cuales nos dirigimos hacia la posesión de los bienes eternos. Delante de nosotros va Cristo, que le da sentido a nuestra entrega, a nuestros sacrificios, a nuestra esperanza. No vamos tras de un sueño o alguna utopia, sino tras una realidad: la Gloria, la vida eterna.
Ciertamente que en nuestro peregrinar hay muchas opiniones que desean desanimarnos, personas que desean vernos vivir poniendo nuestra mirada en las cosas pasajeras de este mundo. Sin embargo, no perdamos nunca de vista el llamado que Dios nos ha hecho para que vivamos con Él eternamente.
Aún en medio de las más duras pruebas y adversidades que nos atacan, hemos de conservar nuestros pasos hacia la patria eterna. Al obtenerla, al haber llegado a ella, entenderemos que tuvo sentido el haberlo entregado todo para el Señor, de que ha valido la pena todo sacrificio ofrecido al Padre. Y todo esto lo podemos alcanzar por medio de la fe.
“La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. La fe es la esencia o certidumbre de algo que esperamos y que aún no hemos recibido. En cierta manera, la fe nos da evidencia de lo que no podemos ver.
Una tempestad es un buen símbolo de crisis humanas, de problemáticas personales, en donde se puede mostrar la fe que se tiene en el Señor. Recordemos que, en la Sagrada Escritura, el mar es sinónimo de peligro y lugar del maligno. También a nosotros nos toca experimentar inclemencias en nuestra vida: pequeñas o grandes, suaves o débiles, seguidas u ocasionales. En ocasiones nos toca remar contra fuertes corrientes que da la impresión de que mi barca se va a hundir.
Marcos quiere darnos un aviso y advertencia por nuestra poca fe, por nuestra cobardía. Que triste es que no acabemos de fiarnos completamente a Jesús, el cual se encuentra presente en nuestra vida todos los días, como Él nos lo ha prometido: “hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 16). Recordemos que no se nos ha prometido una travesía apacible en nuestra vida. Nuestra vida es muchas veces una historia de tempestades.
Aunque parece que a Jesús no le importa la suerte de la barca, puesto que se encuentra dormido, sí se interesa por ella, por cada uno de los tripulantes y no quiere que la barca se hunda. Aunque las olas estén zarandeando la barca de nuestra vida, no tengamos miedo, ya que el Señor está con nosotros: solo despiértalo. Como Pedro, en una situación muy parecida, tendremos que alargar nuestra mano asustada pero confiada en Jesucristo y decirle: “Sálvame, que me hundo” (cfr. Mt 14, 23-33).
Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creemos realmente esto? Si es así, entonces no podemos tener miedo, ni aunque se levantase una tempestad que desee hundir nuestra barca, ni aunque pretendan arrancar nuestra fe, mucho menos que quiera hacernos apartarnos de la confianza que tenemos en el Señor.
No tengas miedo: Dios jamás se ha olvidado de nosotros; Él va siempre como compañero de viaje en nuestra vida. ¡No dudes, no temas: solo ten fe!
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Sobre todo, la Fe! Gracias Padre!!
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