Viernes III semana Tiempo Ordinario
Hb 10, 32-39
Sal 36
Mc 4, 26-34
¿Quién de nosotros no recuerda el primer amor? Aquel encuentro que tuvimos con el Señor que nos cautivó, qué nos llevó a “amarlo con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el corazón” (cfr. Mc 12, 30). Y uno no puede olvidar esto, ya que, un cristiano sin memoria de su primer encuentro con Jesucristo es una persona vacía, egoísta, indiferente.
Es importante recordar y tener presente aquel encuentro con el Señor, aquel instante en donde pudimos experimentar el verdadero amor. Es lo que pretende mostrarnos el comienzo de la Carta a los Hebreos que hoy hemos meditado. Nos invita a “recordar aquellos primeros días, en los que fuimos iluminados por Cristo”.
Todos atesoramos en nuestra memoria fechas importantes: mi cumpleaños, el aniversario matrimonial, la fecha exacta cuando le propuse a mi pareja que fuera mi novia, el día en que concluí mis estudios, etc. Así como recordamos muchas fechas significativas en nuestra vida, así deberíamos de recordar del día en que Jesús nos encontró, ya que ese día fue de inmensa alegría, fue el día en que me encontré con el Amor verdadero.
Que bien nos hace recordar esto, ya que ese recuerdo nos va a llenar de valentía, de entusiasmo, de alegría como los primeros días, como cuando nos encontramos con el primer amor. La memoria es importante para recordar la gracia que se ha recibido, ya que si se pierde el entusiasmo que proviene del encuentro con Jesús, caemos en el peligro de la tibieza.
Un cristiano tibio, esta ahí, quieto, sin inmutarse; sí, es cristiano, pero ha perdido el entusiasmo, la alegría, el gozo del primer amor. Ha perdido la paciencia para con Dios, no tolera las cosas de la vida, las adversidades que se le presenta, los momentos en los que su fe está siendo probada.
Un cristiano que se ha enfriado esta en un gran peligro de perderse. Ya Jesús hacia referencia a esto: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos en busca de reposo, pero no lo encuentro. Entonces dice: 'volveré a mi casa, de donde salí'. Al llegar la encuentra desocupada, barrida y en orden. Entonces va y toma a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que al principio” (cfr. Mt 12, 42-45).
De ahí, pues, que el cristiano tenga parámetros a seguir: la memoria y la esperanza. Es fundamental retener la memoria para no perder la experiencia tan hermosa que se ha tenido del primer amor, que alimentará a la esperanza, la cual me hace creer y salir en búsqueda de Jesús, ya que se sabe que la esperanza no defrauda nunca.
Estos parámetros, son el marco por el cual se puede dar la salvación de los justos. Una salvación, como lo dice el Evangelio, que hay que proteger, para que el pequeño grano de mostaza crezca y dé su fruto. Qué tristeza da saber de tantos cristianos que han perdido la memoria, que se han olvidado del primer amor.
Pidámosle al Señor que conserve en nuestra memoria aquel momento en el que se dio el primer amor en nuestras vidas; que nos dé la esperanza para perseverar en este camino, confiando que con la gracia de Dios podremos vencer toda adversidad que se presente en nuestra vida. También oremos por aquellos cristianos que se han enfriado, que se han olvidado del primer amor y reavive en ellos el fuego y amor que se dio cuando se encontraron con el Maestro.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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