Viernes I semana Tiempo Ordinario
Hb 4, 1-5. 11
Sal 77
Mc 2, 1-12
Todos conocemos, por lo menos a una persona, que nos busca por interés. Aquel típico amigo, del cual no sabías nada de él desde hace ya tiempo. De repente se presenta en tus redes sociales o en tu vida, y te pide que le hagas un favor: que le prestes dinero, que le ayudes a mudarse, que si puedes mentir por él dando información falsa, etc.
Probablemente no nos gusta que la gente nos busque sólo por interés. Pero hay que ir más allá de lo aparente: él te buscó; sabía que le podías ayudar en su necesidad. Eso mismo pasó en tiempo de Jesús: mucha gente lo sigue, ya sea por convicción o por interés. Aunque la pureza de su intención no es total o perfecta, es importante seguir al Maestro, ir tras de sus pasos.
Ciertamente que Jesús en ocasiones tenía que corregir a la gente que lo buscaba únicamente porque se encontraba más interesada-necesitada que convencida de quien era Jesucristo. Pero Jesús se deja seguir por todos, ya que sabe que necesitan de Él, puesto que todos somos pecadores.
Podemos decir que aquí el problema más grande no radica en los que seguían a Jesús, sino en todos aquellos que preferían quedarse quietos, que estaban mirando al borde del camino, que se encontraban sentados en la cátedra de Moisés.
En el pasaje del Evangelio, podemos contemplar la imagen de unos escribas que estaban sentados: ellos no seguían a Jesús, solo lo miraban. Lo único que hacían era juzgar a las personas, puesto que ellos se creían puros. Sus juicios eran fuertes. Su corazón estaba fuera de los parámetros establecidos por el Maestro. Pensaban: ¡qué gente tan supersticiosa! ¡Qué gente tan ignorante!
Por otro lado, la gente que seguía a Jesús se arriesgaba para encontrarlo, para encontrar lo que querían. Esos cuatro hombres se arriesgaron a que el dueño de la casa los regañara o les cobrara el daño ocasionado al techo. A ellos no les importaba eso, querían llegar hasta Jesús. Como aquella mujer que llevaba dieciocho años enferma: arriesgó mucho, con tal de tocar la punta del manto de Cristo. Ella quería la salud, quería llegar al Maestro.
Seguir a Jesucristo no es tarea fácil, pero sí es maravilloso, aunque en ocasiones se tenga que arriesgar. Para algunos esto puede sonar ridículo, pero se encuentra lo que en verdad vale la pena: “tus pecados te son perdonados”. Porque detrás de la gracia que pedimos, están las ganas de ser curados en el alma, de ser perdonados. Todos sabemos que somos pecadores, por eso seguimos a Jesús, para encontrarlo y quedar limpios. Eso sí, tenemos que arriesgar mucho.
Ir tras de Jesús porque necesitamos algo o porque hemos arriesgado mucho, significa seguir a Jesús por fe. La fe consiste en fiarse en Dios, como aquellos hombres que hicieron el boquete en el techo para poner delante del Maestro a un hombre para que Él lo pudiera curar.
Que el Señor nos conceda la gracia de confiar en Jesús. Que podamos recorrer el camino de la fe para encontrarnos con el Señor, incluso si esto parece ridículo a los ojos de los demás. No nos dejemos vencer por el desanimo, quedándonos como espectadores, sino tomemos la firme determinación de ponerme en camino tras las huellas de Jesús.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Bendito Dios .gracias por su sabiduría, Dios le siga bendiciendo Padre !! Un grande abrazo!!
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