IV Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”
Dt 18, 15-20
Sal 94
I Co 7, 32-35
Mc 1, 21b-28
Después de haber recibido el bautiso por Juan en el Jordán y tras haber llamado a sus primeros discípulos, Jesús comienza la misión que el Padre le ha encomendado: la de predicar la Buena Nueva a todos los hombres; “arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Jesús comienza su ministerio en la ciudad de Cafarnaúm, la cual se consideraba uno de los más grandes centro comercial en toda aquella región. A ella afluían habitantes de todos los alrededores. Desde allí, Jesús podrá enseñar su doctrina hacia las otras provincias. Cristo elige los centros más concurridos para predicar, ya que desea que su mensaje se comience a divulgar entre las diferentes regiones de Palestina.
Ahora bien, Jesús comienza su jornal en una sinagoga de Cafarnaúm, lugar donde acudía la gente para rezar al Señor. Todos los sábados se asistía para escuchar la Palabra de Dios y recibir enseñanzas. Cada sábado se leía un pasaje de la Sagrada Escritura y algún judío de los más experimentados y sabios, explicaba el pasaje que se acababa de predicar.
Le ha tocado el turno al Maestro de exhortar y enseñar a los oyentes. Pero ¿qué es lo que sucedió cuando Jesús comenzó a predicar? Los que estaban en la sinagoga se quedaron asombrados de sus enseñanzas, puesto que Él enseñaba no como los letrados, sino con quien tiene autoridad. Los letrados no hacían más que repetir lo aprendido en sus lecciones; en cambio Jesús se distingue por su excelente manera de predicar, puesto que Él mismo vive lo que predica, lleva a la práctica lo que enseña.
Que triste resulta que el primero en percatarse de quién es Jesús fuera un demonio. Mientras los hombres se quedan admirados sobre su doctrina, los demonios los señalan como “el Santo de Dios”. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que aquel que no quiere escuchar. Si sabemos de los portentos que hace el Señor, ¿por qué no creer que Él es el Mesías, el Santo de Israel?
Por otra parte, nos encontramos con el “secreto mesiánico”. Jesús no quiere que se cree una noticia instantánea sobre Él, ya que se puede prestar para malas interpretaciones. Cristo sabe que, si su fama comienza a extenderse, lo empezarán a vincular más en lo político o en algún movimientos populistas de su época, truncando su misión espiritual. Una revelación demasiado rápida habrá desviado su misión espiritual a simple aspectos terrenales. En ocasiones, nosotros quisiéramos que Dios se hiciera más propaganda, que utilizara elementos más extraordinarios. Pero ese no es su modo de enseñar, ya que el Señor va en otra dirección, va trasmitiendo su mensaje con discreción, sin afanes, sin prisas: Jesús va lento, pero seguro.
Dios, en la primera lectura, nos ha prometido enviar a un profeta ideal. Ese profeta es su propio Hijo, el Mesías, el cual será mediador entre los hombres y Él. Además, será el comunicador del mensaje que el cielo quiera comunicar a la tierra. Cada uno de nosotros será juzgado por Dios acerca del modo cómo escuchó a su máximo profeta: Jesucristo. “A quien no escuche mi palabra, yo le pediré cuentas”. Es por eso por lo que el salmo nos invita a escuchar la voz de Dios: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”.
Pidámosle al Señor que nos ilumine con su Palabra: que al experimentar las grandezas del Señor lo podamos reconocer como el Mesías, el enviado del Padre, y escuchando la Buena Nueva, nos llenemos de gozo al saber que Dios ha venido a rescatarnos de nuestros pecados.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Dios nos ilumina 🙏🏼
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