Jueves III semana Tiempo Ordinario
Hb 10, 19-25
Sal 23
Mc 4, 21-25
En la actualidad, existen muchas rutas que podemos seguir para llegar a nuestro destino. Incluso, en esta modernidad, contamos con el famoso GPS, el cual nos indica cuál ruta es la más rápida. En la vida del cristiano no es la excepción. Como lo hemos meditado en la Carta a los Hebreos, “Jesús es el camino nuevo y vivo que debemos de seguir”.
A lo largo de nuestra vida nos vamos percatando de que hay muchos caminos erróneos. De hecho, en ocasiones, nos basamos en criterios equivocados, siguiendo modelos que no nos convienen.
Verdaderamente Jesús nos salva a todos, pero no por eso podemos generalizar: dio su vida por todos, pero lo hizo por cada uno, con nombre y apellido. Aunque Jesucristo dio su vida por mí y me salvó singularmente, lo hizo en medio de un pueblo: Dios salva siempre en un pueblo. De ahí la advertencia que nos hace el autor de la Carta a los Hebreos: “fijémonos los unos a los otros”.
Aunque se da de manera personal, la privatización de la salvación se convierte en un camino equivocado. Por ese motivo, hay tres criterios concretos para no privatizar la salvación: la fe en Jesús que nos ha purificado; la esperanza que nos hace mirar las promesas y avanzar; la caridad, que nos lleva a “fijarnos los unos a los otros, para estimularnos al amor y las buenas obras”.
Cuando estoy en una parroquia, en una comunidad, en mi familia -lo que sea-, puedo privatizar la salvación, pensando únicamente en mí. Para no caer en esta tentación, debo constantemente preguntarme si trasmito la fe, si comparto la esperanza, si me hago caridad para los otros. Si estas virtudes no se dan en la comunidad, se privatiza la salvación. No olvidemos: Jesús salva a cada uno, pero lo hace en un pueblo, lo hace en la Iglesia.
Por eso la Carta a los Hebreos nos da un consejo muy práctico: “no abandonemos, como suelen hacerlo algunos, la costumbre de asistir a nuestras asambleas”. En ocasiones, esto sucede porque se juzga a los demás, dándose el desprecio por el prójimo: rechazan al otro, desertan de la comunidad, se alejan del pueblo de Dios; se priva de la salvación. Y ese no es el camino que el Señor nos enseñó.
En la Iglesia no puede haber distinción de personas. No podemos formar nuestros grupos especiales, creando “elites eclesiales”. Cuando esto se da en la Iglesia, cuando se crean estos grupos, se puede pensar que se es buen cristiano, incluso se puede tener buena voluntad, pero indirectamente si no se abren a los demás, estarán privatizando la salvación.
Dios nos salva en la Iglesia, no en la exclusividad, en las elites que voy forjando. Por ese motivo es bueno preguntarnos: ¿tiendo a privatizar la salvación única y exclusivamente para mi grupito? ¿Rechazo a todos aquellos que no simpatizan con mi manera de pensar? ¿No busco hacer comunidad de vida en la Iglesia?
Que el Señor nos conceda la gracia de sentirnos parte de la Iglesia y que nos guíe por medio de su Espíritu, para renunciar a la exclusividad de un grupito. La salvación es personal, pero somos salvados en un pueblo, en una comunidad, en la Iglesia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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