Sábado I semana Tiempo Ordinario
Hb 4, 12-16
Sal 18
Mc 2, 13-17
Al comenzar el jornal de cada día, el cristiano debe ponerse ante la luz de la Palabra de Dios, la cual es viva y penetrante. Una Palabra que es eficaz (como lo muestra el Génesis: “dijo Dios… y se hizo”) y que nos va iluminando interiormente.
Esta Palabra, algunas veces nos acaricia y nos consuela; en otras ocasiones no confronta, invitándonos a discernir nuestra manera de obrar; en varios momentos nos muestra el camino a seguir; no exhorta cómo debe de ser nuestra vida a ejemplo del Maestro. Es esta Palabra, pues, la que nos va sosteniendo en nuestro camino de fe a lo largo de nuestra vida.
No olvidemos que la Palabra de Dios tiene rostro y nombre: Jesucristo. Es por ese motivo que, nos debería resultar de gran ayuda, para superar nuestras tentaciones de cada día, recordar que contamos con un Mediador ante Dios. Este Mediador es Jesús, el cual nos conoce y sabe de lo difícil que puede ser nuestra vida.
Jesucristo mismo puede liberarnos de toda adversidad u obstáculo que se presente en nuestra vida, ya que Él mismo experimentó el trabajo y el cansancio; la soledad, como la compañía; el rechazo, como el éxito; el gozo como, el sufrimiento; el vivir en plenitud, como su muerte en la cruz.
Él puede compadecerse de nosotros, porque se ha hecho como nosotros. Como Pontífice puede ayudarnos en nuestras tentaciones y en los momentos de fragilidad, para hacer de nosotros hombres maduros en la fe. Se encarnó en nuestra existencia, aceptándonos tal y como somos: débiles y frágiles.
Es por ese motivo que a todos los que aún nos falta ser santos, nos consuela escuchar estas palabras de Jesús, ya que Él no nos acepta porque seamos perfectos, sino que nos acoge y nos llama a pesar de nuestras fragilidades, de nuestro ser pecadores. Cristo ha venido a salvar a los pecadores.
Contemplar a Jesús, es ver en Él un retrato del amor misericordioso de Dios, ya que Cristo, va con libertad anunciando la Buena Nueva a los pobres, atendiendo a todos los que se acercan a Él, llamando a pecadores aún con las reacciones que pueda provocar a sus alrededores. Jesucristo cumple con su misión desde el principio: ha venido a salvar a los débiles, a los enfermos, a los pecadores.
No caigamos en el error de los fariseos, que se creen los mejores y se escandalizan por los defectos de los demás. Al contrario, seamos mejor como Jesús, que sabe comprender, que da el voto de confianza, que acepta a la persona tal y como es, ayudándole a partir de donde se encuentra a dar pasos hacia adelante.
Que el Dios de la verdad ilumine nuestro corazón con su Palabra y penetre lo más profundo de nuestro ser. Que este día podamos experimentar su mirada llena de amor y misericordia. Que ante el llamado que nos hace, seamos capaces de levantarnos e ir tras de Él.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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