Viernes II semana Tiempo Ordinario
Hb 8, 6-13
Sal 84
Mc 3, 13-19
Sin duda alguna, Dios hace nueva todas las cosas, lo renueva todo desde la raíz, desde lo más profundo de la misma persona. Es lo que hemos meditado en la Carta a los Hebreos que reflexionamos en la primera lectura. El Señor, por medio de Jesucristo, ha realizado una nueva alianza con nosotros.
Un primer elemento que resaltar es que la Ley del Señor no obra de una manera externa, sino que penetra en lo más profundo del corazón y nos hace cambiar de mentalidad. En esta nueva alianza debe darse un cambio de sentir, de actuar, de vivir, un modo distinto de ver las cosas.
Por ejemplo, los doctores de la ley: ellos hacían todo lo que estaba prescrito, pero su mentalidad estaba lejana de Dios. Su mentalidad era egoísta y su corazón era de piedra, ya que siempre condenaban al prójimo. La nueva alianza dada por Dios cambia el corazón del hombre, haciéndonos comprender la Ley con nueva mentalidad.
El Señor “perdona nuestras iniquidades y no se acordará más de nuestros pecados”. El Señor es todo un caballero, puesto que Él no tiene memoria. Él olvida siempre nuestros pecados. Si Dios tuviera algún defecto sería ese: no tener memoria sobre nuestros pecados. Ante un verdadero arrepentimiento, Dios nos perdona y olvida nuestros pecados.
Esto se lee muy bien, pero también exige una respuesta de nuestra parte. Así como Dios nos perdona y olvida, así también nosotros debemos de no hacer recordar al Señor nuestros pecados, o sea, a no volver a pecar. Cierto, Dios me ha perdonado y olvidado, pero yo tengo que cambiar.
Se debe de dar en nosotros un cambio de vida. La nueva alianza que Dios ha hecho con nosotros nos hace cambiar, no solo de mentalidad y de corazón, sino también de vida. Dios quiere que vivamos sin pecado, lejos de toda depravación. Y es así como el Señor nos recrea a todos, por medio de su reconciliación, por medio de su perdón.
Ahora bien, si en mí se ha dado el cambio de corazón-mentalidad y el cambio de vida, por ende, se da el cambio de pertenencia. Nosotros somos de Dios y le pertenecemos únicamente a Él, ya que nos ha recreado de una manera maravillosa y portentosamente.
Jesús nos ha llamado porque Él quiso, para que estemos a su lado, para después ser enviados a predicar. Ciertamente no somos los mejores, habrán muchos mejores que nosotros. Sin embargo, confía en que daremos lo mejor de nosotros mismos, ya que su Espíritu mora en nuestro corazón.
Pidámosle al Señor que siga mostrándonos su alianza, que respondamos fielmente a ella, cambiando nuestra mentalidad y nuestra manera de vivir y, sabiendo que le pertenecemos, nos quedemos con Él, para después ir a predicar a todos la Buena Nueva del Reino de Dios.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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