Ferias de Navidad: 2 de Enero
I Jn 2, 22-28
Sal 97
Jn 1, 19-28
Toda la Iglesia está de fiesta. Seguimos celebrando la Encarnación del Hijo del hombre en nuestra historia. Es por ese motivo que tenemos muchos motivos para llenarnos de alegría y felicidad en estos primeros días del nuevo año que está comenzando.
El Emmanuel, el Dios-con-nosotros, sigue siendo el motivo y la base de nuestra fiesta. Lo mejor y más laudable que podemos ofrecerle a Dios es permanecer siempre fieles, constantes y perseverantes en esta alegría que se no ha anunciado.
Este tiempo de gracia, que seguimos celebrando, nos ha llevado a aceptar y recibir a Jesús en nuestra historia personal. Por esa motivo no podemos volver a lo que éramos antes, sino mantenernos en este ambiente festivo, sabiendo que Dios “permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 16). El Señor saldrá a nuestro encuentro todos los días de nuestra vida para darnos fuerzas.
Las bienaventuranzas de Jesús no van a coincidir para nada con lo que el mundo nos ofrece constantemente. Debemos de mantener nuestros ojos abiertos, sabiendo discernir sobre lo que es verdadero y lo que es mentira. Si hemos celebrado el misterio de la Encarnación no podemos engañarnos eligiendo la mentira, ya que “nuestros ojos han visto y contemplado al Salvador” (cfr. Lc 2, 30).
Cabría entonces poder preguntarnos: después de una semana de haber celebrado el Nacimiento de Jesús, ¿permanezco con esa misma fe y alegría? ¿Sigo confiado de que Dios es un Dios que se hace cercano, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros? ¿Me lleno de gozo de saber que el Amor se ha encarnado en mí? O, por el contrario, ¿ha sido una celebración fugaz? ¿Me he quedado solo festejando de una manera superficial?
Espero que no caigamos en esos errores, dejándonos engañar por la mercadotecnia o la mundanidad. Ojalá que en este tiempo le hayamos permitido al Señor ser el criterio y centro de nuestra vida, para que todo lo que en este año nos hemos propuesto, con la gracia de Dios, pueda llegar a buen término.
Que nuestra vida sea un ejemplo como el Bautista, que no buscaba predicarse a sí mismo, sino que se convirtió en testigo de Jesús al proclamarlo en medio de la comunidad. Como Juan Bautista, también nosotros estamos llamados a ser voz que clame en el desierto, que anuncien a todos que Dios se hace cercano y presente en la historia de la humanidad.
Que el Señor nos conceda la gracia de convertirnos de todo corazón; que arranque de nosotros toda tentación que nos haga creernos más que Él; y que podamos ser educadores de la fe, enseñando a todos los que nos rodean, que Cristo ha venido y ha venido para salvarnos.

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