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"Tú eres mi hijo amado"

 El Bautismo del Señor

Fiesta


Is 55, 1-11

Is 12

Hch 10, 34-38

Mc 1, 7-11



    Este domingo, queridos hermanos, cerramos el tiempo de la Navidad, al celebrar el Bautismo de Jesús. Esta celebración nos acerca al primero de los sacramentos y, así, abre la puerta para poder recibir todos los demás sacramentos.


    Recordemos que el Bautismo es el sacramento por el cual se nos borra el pecado original y llegamos a ser verdaderos Hijos de Dios, herederos del Reino, seguidores de Jesucristo y entramos a pertenecer a la familia de Dios: la Iglesia.


    En las lecturas que hemos escuchado, hay muchos elementos que recalcar. Primero, diría el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Dios ya no hace distinciones”. Dios quiere que todos sus hijos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios siempre ha buscado a su pueblo, aunque este muchas veces ha decidido darle la espalda a su Dios. Por medio del bautismo, todos somos congregados en un mismo pueblo. A través de el baño regenerador, somos participes del mismo cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. 


    Por esa razón, vemos en el Evangelio el Bautismo de Cristo. Marcos no duda en poner el bautismo como el primer gesto púbico que realiza Jesucristo. Y es que, ya habíamos visto que Cristo se ha revestido de nuestra carne (en su Encarnación), se hace como nosotros. Por ello, también se quiere identificar con la humanidad pecadora en su bautizo.


    Cristo tiene una misión, una encomienda que le da su Padre: cumplir con lo que Él le pide. Vemos en Jesús una docilidad de vida. Y toda su vida fue así: “El Padre me ama, porque cumplo su voluntad” (cfr. Jn 10, 17); “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Dios quiere que en nuestro corazón esté el deseo de ser buenos, que hagamos lo que Él nos está pidiendo. Cuando uno cumple la voluntad del Padre se convierte en su hijo predilecto. Si en cada obrar de nuestra vida nos preguntáramos ¿esto le agrada a Dios?, que distinto sería nuestra manera de obrar.


    Por eso, en el Cántico del Siervo de Yahvé que hemos escuchado en la primera lectura, junto con el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos encontraos con una imagen de Jesucristo, que debería de ser impresa en nuestra propia vida de bautizados en Dios, ya que Él fue humilde, la luz de las naciones, liberador de su pueblo, protector, educador para todos. 


    Podemos resumir que Cristo pasó haciendo el bien. Qué bien se escucha esa frase: ¡Pasó haciendo el bien! Debería de ser un slogan que guardemos en nuestro corazón. Y ¿sabes por qué paso haciendo el bien siempre? Porque Dios estaba con Él. Ese es el secreto de los logros que efectuó Cristo. Jesús atribuía todo a su Padre y daba gracias por ello: en la multiplicación de los panes: dios gracias (Jn 6, 1-15); cuando la gente lo buscaba y creían en Él: dio las gracias a su Padre (Lc 10, 21-24); antes de resucitar a Lázaro, elevó sus ojos al cielo y dio gracias (Jn 11, 38-44); antes de dejar su memorial de salvación, tomo pan y vino y dio gracias (I Co 11, 23-30). En toda la vida de Jesús, el Padre estuvo con Él y siempre dio gracias por ello. 


    También nos encontramos por primera vez con la mención del Espíritu Santo, el cual aparece en figura de paloma. Esta imagen de la paloma nos recuerda el diluvio en tiempo de Noé, la cual tenía un simbolismo de paz, del cumplimiento de Dios con su pueblo, de su alianza (Gn 8, 8ss). Recordemos que, en las purificaciones, los más pobres, ofrecían una paloma como sacrificio agradable al Padre. La misma Sagrada Familia ofreció un par de palomas al presentar a Cristo en el templo (Lc 2, 21-24). Esta figura de paloma nos recuerda la humildad y mansedumbre, que es la manera predilecta en la cual se presenta el Espíritu Santo en nuestra vida. Ese mismo Espíritu se poso sobre Jesús (y lo hace también con nosotros cuando somos bautizados) y se quedó definitivamente en Él. Gracias a su acción santificante, Cristo actuará llenos de misericordia, amor, bondad y amabilidad en todo su ministerio. 


    Hermanos: que todos nosotros que hemos renacido por medio del Agua y del Espíritu Santo, obtengamos la gracia de perseverar en el cumplimiento de la Voluntad de Dios, para así ser los hijos predilectos del Padre.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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