Santos Timoteo y Tito, obispos
Memoria
II Tm 1, 1-8
Sal 95
Mc 3, 31-35
Hoy, como Iglesia, celebramos la memoria de los santos Timoteo y Tito, obispos y colaboradores íntimos del San Pablo. La Sagrada Escritura nos presenta tres cartas dirigida a estos obispos, las cuales son atribuidas al Apóstol.
En la primera lectura, tomada de la segunda Carta a Timoteo, San Pablo nos recuerda de dónde le viene la fe a Timoteo: “recuerdo siempre tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y que estoy seguro que también tienes tú”. En muchas ocasiones, son las madres y las abuelas las que nos trasmiten la fe.
Una cosa es trasmitir la fe y otra cosa es enseñar cosas de fe, ya que la fe es un don que Dios nos ha regalado. Se pueden estudiar cosas de la fe, para entenderla mejor, pero con el estudio no se puede llegar a la fe. La fe es un don del Espíritu Santo y va más allá que cualquier preparación. Y este don, este regalo, Dios lo ha querido dar por medio de las madres y abuelas.
Cabría entonces preguntarnos: ¿por qué son principalmente las mujeres las que trasmiten la fe? Simplemente porque la que trajo a Jesús a este mundo es una mujer. Es el camino de Jesús, que quiso tener una madre. Así, pues, también el don de la fe pasa por las mujeres, como María para Jesús, como la madre y abuela para con Timoteo.
“¿Y quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Tenemos que pensar y reflexionar si en nuestro tiempo se tiene conciencia del deber de trasmitir la fe. Por esa razón, Pablo invita a Timoteo a reavivar el don de Dios que ha recibido, evitando aquellas discusiones vacías y paganas que no le ayudan en su fe. Todos los bautizados hemos recibido el don de la fe. Tenemos que cuidarlo, protegerlo para que no se pierda, para que se mantenga firme con el poder del Espíritu Santo.
Tengamos mucho cuidado de dos cosas que son contrarias a la fe: el espíritu de cobardía y la vergüenza. La cobardía no deja crecer el don de la fe, no le permite que siga adelante, ni que se haga más grande. La vergüenza oculta la fe, no permite que se vea mucho. No des pinceladas de fe: un poco por acá, un poco por allá. No te avergüences nunca de tu fe; por el contrario, con ella, pinta la más hermosa pintura que jamás se haya plasmado.
La fe es un espíritu que nos trasmite fuerza, caridad, prudencia. Por ese motivo, pidámosle al Señor que nos dé la gracia de tener una fe sincera: no una fe negociable, que se pueda adaptar a las oportunidades que se nos presenten en la vida. Que nos conceda una fe inquebrantable, que no se avergüence del don que ha recibido y que nos lleve a vivirlo y a compartirlo con los demás. Que nuestra fe dé muchos frutos, al igual que lo hizo con los santos obispos Timoteo y Tito.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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