Jueves I semana Tiempo Ordinario
Hb 3, 7-14
Sal 94
Mc 1, 40-45
El día de hoy deseo centrar esta reflexión en torno a dos palabras: “hoy” y “corazón”. Lo que hemos reflexionado en la Carta a los Hebreos, que ha sido tomado del Salmo 94, nos dice: “Ojalá escucharas hoy la voz del Señor. No endurezcan su corazón”.
Primero que nada, podemos decir que el hoy, del que habla la Sagrada Escritura, es el hoy de nuestra vida. Un hoy lleno de días, que después se convertirá en mañana y ya no habrá vuelta atrás.
En ese hoy podemos experimentar muchas cosas: un hoy en el que recibimos el amor de Dios y su promesa por encontrarlo; un hoy en el cual podemos renovar nuestra alianza de fidelidad, convirtiéndonos a nuestro Señor; un hoy que nos invita a confiar y abandonarnos enteramente al Padre, sin ponerle pruebas u obstáculos.
Por desgracia está latente la tentación de decir: “lo haré mañana”. ¿Quién de nosotros tiene seguro el mañana? No podemos dejar para mañana lo que puedes hacer hoy. Para muestra, basta un botón. Jesús nos lo recuerda en la parábola de las diez vírgenes: cinco de ellas no habían tomado aceite extra. Cuando regresaron de comprarlo, las puertas estaban cerradas y no pudieron entrar con el Esposo.
No pretendo asustarlos con estas palabras, simplemente es para invitarlos a vivir al máximo nuestra vida, ya que nuestra vida es hoy, no mañana: hoy o nunca. “Pensemos en esto: el mañana será el mañana eterno, sin ocaso, con el Señor, para siempre, si soy fiel a ese hoy” (Papa Francisco). Habría que preguntarnos: ¿cómo estoy viviendo el hoy?
Por otra parte, se nos hace la invitación a no endurecer el corazón. Recordemos que con el corazón nos encontramos con el Señor. Por eso, Jesús, mientras caminaba con los discípulos de Emaús, pedía que nos fueran “tardos de corazón” (Lc 24, 25). En nuestro corazón se juega el hoy: ¿Mi corazón está abierto al Señor?
Reflexionemos por nuestro hoy y por nuestro corazón. La vida está llena de días, pero nunca se repetirá el hoy. Nuestra vida está en el hoy. Por eso debemos de tener el corazón abierto al Señor, no cerrado o endurecido, sino inclinado a Él para vivir llenos de amor y plenitud el hoy de nuestra vida.
Jesús encontró a muchos con el corazón duro: los escribas, los doctores de la ley, los saduceos, los sumos sacerdotes, la gente que lo perseguía o le ponían pruebas para condenarlo… y al final lo lograron. ¿No estaremos haciendo lo mismo nosotros con el corazón?
Meditemos a lo largo del día: ¿cómo estoy viviendo mi hoy? ¿Cómo va mi hoy en la presencia del Señor? ¿Cómo se encuentra mi corazón: está firme o tambaleante? ¿Está abierto o cerrado a la voz del Señor?
Pidámosle, como en el Evangelio: "Si tu quieres, puedes curarme" el corazón para vivir con plenitud el hoy de mi vida. Dejémonos conducir por el amor de Dios, para vivir plenamente el hoy con un corazón abierto a la gracia del Padre.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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