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¿Cuál es el ayuno que Dios quiere?

 Viernes después de Ceniza


Is 58, 1-9

Sal 50

Mt 9, 14-15



    Vaya panorama que nos muestra el profeta Isaías en la primera lectura: un pueblo que se queja ante el Señor porque no hace caso de los ayunos que Israel le presenta. Tenemos que distinguir entre lo formal y lo real. Para Dios, un ayuno no consiste únicamente en privarse de ciertos alimentos, y luego pelearse contra el prójimo.


    Nos dice el profeta: “Es que el día en que ustedes ayunan encuentran la forma de hacer negocio y oprimen a sus trabajadores. Es que ayunan, sí, para luego reñir y disputar, para dar puñetazos sin piedad”. El Señor reprocha a su pueblo, condenando la hipocresía con la que se realiza dicha práctica: “Ese no es un ayuno que haga oír en el cielo la voz de ustedes”.


    En este tiempo de Cuaresma, deberíamos descubrir cuáles son las mascaras de las apariencias que empleamos en el ejercicio del ayuno, la caridad y la oración. Un cristiano que hace penitencia debe mostrarse alegre, ser generoso con quien lo necesita, en continuo dialogo con el Señor.


    Muy probablemente el ayuno en la vida del creyente ha perdido sentido, ya que al realizar esta practica cuaresmal muchas veces se hace más por seguir una tradición o ritual que por convicción. El ayuno que tenemos que ofrecerle al Señor debe tener referencia directa a nuestra situación, a lo que nos toca vivir en este tiempo.


    ¿De qué nos sirve privarnos de ciertas comidas o vicios si no se está dispuesto a que estos sacrificios nos ayuden a cambiar y mejorar en nuestra vida de creyentes? Conozco personas que cuando dejan de comer (porque es su penitencia), les cambia el carácter y se pasan todo el día con un genio, que ni ellos mismos se aguantan; algunos otros que dejan de beber por cuarenta días, pero el día de la Resurrección se beben todo lo que no bebieron durante ese periodo.


    Nuestro ayuno o practicas ascéticas que realizamos en este camino cuaresmal tienen que estar enfocadas a mejorar mi vida interior, mi espiritualidad. Son muchos los ayunos que podemos ofrecer y que verdaderamente pueden cambiar mi vida y mi relación con Dios y con el prójimo.


    ¿Cuál es el sentido del ayuno? Hacerle un espacio a Dios en nuestra vida, en nuestro corazón. Por eso el Evangelio nos decía que, mientras el novio está con nosotros, no es necesario hacer ayuno; pero cuando Él no está, es cuando necesitamos darle el espacio que le corresponde. Para poder llenarnos de Dios, primero tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de todo aquello que lo único que hace es apartarme del camino del Señor.


    Que en este tiempo propicio para nuestra salvación, busquemos ayunar y abstenernos de todas las cosas que le quitan el espacio al Señor en nuestra vida, para que, al llegar a la celebración de la Pascua, estemos completamente llenos de Dios.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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