V Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”
Jb 7, 1-4. 6-7
Sal 146
I Co 9, 16-19. 22-23
Mc 1, 29-39
El día de hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús que, después de haber predicado y enseñado en la sinagoga, curó a muchos enfermos, comenzando con la suegra de Pedro. Esta tarea fue fundamental en la misión de Cristo, puesto que gran parte de su vida la ocupó para sanar enfermos o liberar de espíritus inmundos. Con esto, una vez más, se nos invita a reflexionar sobre el sentido que tiene la enfermedad en la vida del hombre.
Aunque la enfermedad forma parte de la experiencia humana, nunca lograremos acostumbrarnos o habituarnos a ella, no porque nos resulte muchas veces complicada o pesada, sino, más bien, porque hemos sido creados para vivir en plenitud. De hecho, en eso se funda nuestra esperanza, en aquello que nos hace pensar en la Vida eterna que Dios tiene para nosotros.
Cuando somos tentados por el maligno, cuando nuestras oraciones parecen no ser atendidas por el Señor, salta en nosotros la duda: ¿cuál es la voluntad de Dios? Jesús aclara esas cuestiones: Dios es el Dios de la vida, que cura de toda enfermedad, que libera de toda incertidumbre y los signos de ese poder lo muestra con las curaciones que realiza.
Cuando Jesús devuelve la salud a los hombres y mujeres, llenándolos de vida, de integridad en su cuerpo y en su espíritu, nos muestra que el reino de Dios está cerca. Las curaciones que hace el Hijo de Dios son signos, que no se quedan en sí mismo, sino que buscan dar un mensaje más profundo, que buscan guiarnos hacia el mismo Dios.
La verdadera y más profunda enfermedad que el hombre puede tener es la ausencia de Dios en su vida. Aquí, solo la reconciliación con Él puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida, ya que una vida sin Dios, sin amor y sin verdad, sería una vida vacía. Por lo tanto, se comprende por qué la predicación de Jesús y las curaciones van siempre entrelazadas.
Gracias a la acción del Espíritu Santo, la obra de Jesucristo se va extendiendo por toda la Iglesia y le comunica cuál es la misión que tiene que desempeñar en el mundo. La Iglesia está llamada a ser bálsamo suave en la vida de los enfermos; por medio de los Sacramentos tiene que curar a los enfermos en el espíritu; por medio de la caridad, debe de remediar las necesidades de los más pobres; por medio de la oración, debe de pedir por los que más sufren. En todas estas acciones podemos contemplar el rostro amoroso del Padre que quiere curar las dolencias de todos sus hijos.
¿Cuántos cristianos han presentado y siguen presentando sus manos, su corazón a Cristo, el medico de cuerpos y de almas? ¿Cuántos hombres ofrecen su servicio a los más necesitados? Son muchos los que siguen mostrando, por medio de sus obras, el rostro amoroso del Padre, que se hace cercano a los enfermos, a los que sufren.
Oremos por todos los enfermos, especialmente los que están en situación grave: que cada uno de ellos pueda experimentar la fuerza del amor de Dios, la riqueza de su gracia que salva. Que el Señor les conceda su pronta recuperación y así, puedan reintegrarse a la Iglesia como testimonio de amor y de verdad.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
(Reflexión basada en el Ángelus del Papa Benedicto el día 08-02-2009)
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