Jueves V semana Tiempo Ordinario
Gn 2, 18-25
Sal 127
Mc 7, 24-30
“No es bueno que el hombre esté solo”. Esta afirmación es, como si Dios, una vez que ha creado a Adán, se diera cuenta de que no lo había hecho bien. El hombre, por sí solo, es una creatura que no ha terminado de lograrse, está incompleta. En el primer relato de la Creación, después de haber creado al hombre y a la mujer, “Dios vio lo que había hecho, y vio que era muy bueno”. Aquí, el hombre, por sí solo, “no es bueno”.
El hombre es pequeño, debe crecer, multiplicarse. Debe de recorrer un camino, no puede permanecer solo. El hombre, para poder tener una historia, necesita a alguien como él, a alguien que lo acompañe. La mujer es una “ayuda adecuada” a él, como dice la Sagrada Escritura.
Una de las ideas de Dios, al crear al hombre y la mujer, es que los creó para que se “ayudaran”, pues ni uno ni el otro, por sí mismos, pueden alcanzar la plenitud a la que fueron llamados. Cuando en una relación, ambos se dedican verdaderamente a buscar, a cooperar y complementar a su pareja, la paz, el amor, la alegría y la felicidad llenan sus corazones.
La creación de la mujer nos debe de llevar a cantar las bienaventuranzas de la vida familiar, que expresa el designio de Dios sobre la vida del hombre. Por eso el salmo que hoy hemos reflexionado nos dice: “Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos… será dichoso, le irá bien. Tu mujer, como vid fecunda, en medio de tu casa; sus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa”.
Por otra parte, Jesús salió pocas veces de los límites de Israel. Como Él mismo lo confiesa, fue enviado “a las ovejas perdidas” de su pueblo Israel. Pero hizo sus excepciones, como lo hemos meditado hoy en el Evangelio.
Una mujer se le acerca a Él, para pedir la curación de su hija. Jesús pone a prueba su fe con palabras que nos pueden resultar duras (los judíos consideraban a los paganos menos que ellos, por eso utilizaban el apelativo “perros”), pero aquella mujer parece no desanimarse, sino que permanece firme.
Muchas veces sorprende la facilidad con la que nos damos por vencidos en nuestra vida, en nuestros proyectos, en nuestro proceso de conversión. Con mucha razón el Señor nos decía que “el Reino de Dios solo los que se hacen violencia lo consiguen” (Mt 11, 12).
Esta mujer no acepta tan fácil el rechazo de Jesús, sino que la utiliza para poder persuadirlo. ¿Y qué consiguió a cambio? Lo que le pidió al Maestro: a mujer sirofenicia, con una intuición de lo que hay dentro del corazón de Jesús, tiene el valor de resistirle, de contradecirle: reconoce que los “perritos” no tienen el mismo derecho que los “hijos” a sentarse a la mesa. Pero se satisface con las migajas que caen de la mesa. Acepta la discriminación, pero está convencida de que, en la mesa del Reino, una sola migaja es más que suficiente para ella, para sanar a su hija.
Démosle gracias a Dios porque no estamos solos; Él siempre está con nosotros. Pidámosle que nos dé su gracia para poder permanecer firmes en nuestra fe, que ante los embates del maligno o las adversidades que se presenten en nuestra vida, no nos apartemos de los designios de Dios.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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