Viernes V semana Tiempo Ordinario
Gn 3, 1-8
Sal 31
Mc 7, 31-37
En el principio, todo era bueno. La vida de Adán y Eva era perfecta en el paraíso. Gozaban de todo lo que Dios había creado: vegetación, fauna, la compañía del otro, etc. Pero, luego de cometer pecado, todo cambió.
Se nos presenta la primera pagina negra de la historia de la humanidad, la cual, ha tenido repercusiones universales. Esta imagen que hemos reflexionado el día de hoy, es una representación de todo el mal que existe en nuestra realidad, la inclinación que todos tenemos al orgullo y a la autosuficiencia.
Aunque la Sagrada Escritura hace alusión a la serpiente como la responsable del mal, nos percatamos que no es así: los únicos responsables del pecado, los únicos que lo pueden cometer, es el hombre y la mujer, no la serpiente.
Aquel diálogo que se da entre Eva y la serpiente es un recurso que utilizará el autor sagrado para describir lo que sucede en la mente de los protagonistas de este relato. En la mente de la mujer se adquiere la forma de un diálogo consigo misma. El autor bíblico, haciendo una gala de sus conocimientos psicológicos, nos hace la advertencia que, el pecado, antes de consumarse en un acto concreto, pasa por la conciencia.
Esta narración del Génesis no pretende explicar el origen del mal en el mundo, sino el origen y la dinámica del pecado humano como un proceso sutil y progresivo de la desobediencia a Dios. En este proceso puede intervenir elementos externos a nosotros, causas sobrehumanas o tentaciones, pero lo más importante del relato recae en la responsabilidad del hombre y la mujer en su decisión por cometer el pecado.
Es importante darnos cuenta de los efectos que produce el pecado en nuestra vida: el pecado daña nuestra relación con Dios; también al cometer pecado se está dañando la relación entre los hombres (aquella disputa que se da entre Adán y Eva); por el pecado, se daña la Creación de Dios (ya que el hombre fue creado por Dios); el pecado trajo consigo la muerte (esa es la consecuencia del pecado: “el salario del pecado es la muerte” Rm 6, 23).
Ahora bien, no todo está perdido: aunque sabemos de nuestra fragilidad, de lo débiles que somos ante la situación de pecado, Dios no nos deja solos nunca. Él está con nosotros: nos levanta de nuestras caídas, nos perdona y nos da su gracia para seguir adelante. Como en el Evangelio, Jesús quiere curarnos de nuestra sordera y tartamudez espiritual, la cual, lo único que hace es apartarnos del camino de Dios, conduciéndonos a una vida de pecado.
Jesús quiere curarnos. Por eso nos dice, al igual que aquel hombre que era sordo y tartamudo: “¡Effetá!” “¡Ábrete!”: ábrete a su amor; ábrete a su perdón; ábrete a su misericordia; ábrete a su gracia; ábrete al proyecto que Él tiene preparado para ti.
El amor de Dios es mucho más grande que cualquier pecado que se pueda cometer. Por eso, no temas de volver a Él. Todos somos pecadores, todos hemos caído infinidad de veces, pero Dios está ahí, para levantarnos, para salvarnos. Permitamos que su gracia nos sostenga en nuestro caminar y que su misericordia nos haga experimentar el amor que Él nos tiene.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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