Martes VI semana Tiempo Ordinario
Gn 6, 5-8; 7, 1-5
Sal 28
Mc 8, 14-21
El hombre es capaz de destruir todo lo que Dios ha hecho. Inclusive es capaz de hacer que Dios se arrepienta de haberlo creado. Parecería que el hombre es más poderoso que Dios, puesto que es capaz de terminar con todo lo bueno que Él ha formado.
Desde los primeros capítulos de la Sagrada Escritura contemplamos el alcance de la maldad que habita en el corazón del hombre: Adán y Eva desobedecen a Dios; Caín mata a Abel; la destrucción de Sodoma y Gomorra; la soberbia en la construcción de la Torre de Babel.
El hombre ha anidado el mal dentro de su corazón. Con esto, no quiero verme pesimista o negativo, sino realista. Es muy cierto que el hombre es capaz de destruirlo todo, hasta la fraternidad (el caso de Caín y Abel). Incluso las noticias: en su inmensa mayoría nos hablan de destrucción, de atrocidades, de corrupción, etc.
¿Qué le está pasando al corazón del hombre? Probablemente el corazón del hombre está herido por la autonomía o egoísmo: “Yo puedo hacer lo que me venga en gana. Y si para lograrlo tengo que hacer destrozos, lo hago”. ¿Por qué somos así? ¿Por qué nuestro modo de pensar es perverso?
Es cierto, somos débiles, tenemos esa inclinación natural hacia el pecado. Pero también recordemos que tenemos el Espíritu de Dios, ese Espíritu que nos sostiene, que nos ayuda, que nos salva. Entonces es aquí donde uno tiene que elegir: hacer el bien o hacer el mal (“Si hicieras el bien, te sentirías feliz: pero si haces el mal, el pecado estará a tu puerta, acechándote como fiera: pero tú debes dominarlo” Gn 4, 7).
También lo hemos visto en el Evangelio de hoy. Jesús recrimina a los discípulos, los cuales discuten entre sí por haber olvidado llevar pan con ellos. El Maestro los advierte: “Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”. Les pone el ejemplo de dos personas: aquellos hombres que son hipócritas y un hombre que es malo y asesino. Pero no solo los advierte de esto, sino que les recuerda todo lo que Él ha hecho por ellos, exhortándolos a pensar en la Salvación, en todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Pero ellos no entendían, porque su corazón estaba embotado, endurecido por la maldad, por discutir entre sí quién era el responsable de no haber llevado el pan.
Debemos de creernos el mensaje del Señor: el hombre es capaz de hacer el bien. Todos tenemos la capacidad de hacer mucho bien por el prójimo y para Dios. Pero también contamos con la capacidad de destruir. Por eso, continuamente, debemos de acercarnos a Dios por la oración, por la meditación, por la contemplación, para no caer en la maldad, para no destruir lo que Dios nos ha dado.
Antes de comenzar nuestro camino cuaresmal, pidámosle al Señor su gracia para saber elegir siempre el buen camino y que con su ayuda no nos dejemos engañar por las seducciones del maligno, que lo único que hace es llevarnos por las sendas equivocadas.
Nunca te canses de ser bueno; tú siempre sé bueno.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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