Miércoles IV semana Tiempo Ordinario
Hb 12, 4-7. 11-15
Sal 102
Mc 6, 1-6
¿Hasta qué punto es firme nuestra fidelidad? en ocasiones, pensamos que somos los que más sufren en este mundo, suponiendo que somos los únicos que pasan tristeza, o creyendo que somos los que más esfuerzo estamos haciendo para mostrar nuestra fe en Dios. No nos engañemos, sabemos que esa manera de pensar no es del todo correcta. Hay muchos, comenzando con Jesucristo mismo, los que han sufrido más, los que han tenido un camino más difícil por recorrer que el que estamos pasando nosotros.
Las pruebas y adversidades que se nos van presentando en la vida, deberíamos aceptarlas con la actitud que nos presenta la Carta a los Hebreos: “como venidas de las manos de Dios que busca nuestro bien”. Dios quiere que todo lo que vivimos en este mundo, lo aprovechemos para nuestro crecimiento, tanto humano, como espiritual.
Las correcciones por parte de Dios son una muestra de su amor incondicional para su Iglesia, ya que ellas nos ayudan a afianzarnos en nuestra fidelidad a Él. Todo esto lo podemos atestiguar en la historia del pueblo de Israel: Dios lo corrige, lo somete, hace madurar su amor por medio de las pruebas.
De la misma manera pasa en nosotros. Las pruebas que se van presentando en nuestra vida, nos ayudan a darle temple a nuestra fe, a madurar en nuestro camino del amor. El amor —como la amistad o la fidelidad— no se sabe si es firme hasta que supera positivamente los obstáculos que encuentra en el camino.
Todas las pruebas que vivimos nos hacen reconsiderar nuestra vida y nos ayudan a ir descubriendo valores ocultos que una vida superflua o demasiado superficial no nos permite experimentar. Por ejemplo, la herida de San Ignacio de Loyola: en cuestiones militares fue una catástrofe; en cambio, para él, fue una ocasión de cambio definitivo. Descubrió un horizonte que de otra manera no hubiera podido descubrir.
Jesús pasó por muchas pruebas. Hoy lo hemos visto: al entrar y enseñar en la sinagoga, en vez de ser escuchado, fue cuestionado: “¿dónde aprendió tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y poder de hacer milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?”. Nos percatamos de que no tuvo mucho éxito con los de su tierra. Se cumple lo que dice la Escritura: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Pero no se quedó con ese aparente fracaso, sino que el mismo Marcos nos dice: “se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. Superó la prueba, la adversidad que se le presentó.
Debemos de estar atentos, puesto que las pruebas cotidianas, pueden hacernos perder la confianza en el Señor. Dios obra portentosamente en nuestra vida, pero muchas veces, por estar tan centrados en nuestra problemática, no nos percatamos de ello. Las pruebas son enemigas del aprecio y del amor, y muchas veces nos impiden reconocer la voz de Dios en los pequeños signos cotidianos que se nos presentan.
Dios nunca nos deja solos. Bien lo dice un canto por muchos conocidos: “Yo sé bien lo que has vivido, yo sé bien por qué has llorado; yo sé bien lo que has sufrido, pues de tu lado no me he ido… Yo a tu lado he caminado, junto a ti yo siempre he ido, y aún a veces te he cargado, yo he sido tu mejor amigo” (Nadie te ama como Yo, Martín Valverde).
Confiemos en el Señor en todo momento, pero más cuando estamos pasando por pruebas, cuando Él nos corrige, puesto que algo mejor se va a presentar en nuestra vida. Ánimo, se valiente, Dios está contigo; no tengas miedo, déjate amar por Él, confía en Él.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios
Publicar un comentario