I Domingo de Cuaresma Ciclo “B”
Gn 9, 8-15
Sal 24
I P 3, 18-22
Mc 1, 12-15
En este primer domingo, de este tiempo litúrgico de la Cuaresma, el Señor nos hace una invitación a comprometernos e ir preparando el camino hacia la Pascua.
En el Evangelio contemplamos a un Jesús que, después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán e impulsado por el Espíritu Santo, se retiró durante cuarenta días al desierto, donde fue tentado por Satanás y pudo vencer todas las tentaciones con las que fue atacado. Siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, también nosotros, los cristianos, entramos espiritualmente en el desierto de la cuaresma para afrontar, junto con Él, el combate contra el espíritu del mal.
Recordemos que la imagen del desierto en la Sagrada Escritura es una manera muy elocuente de mostrarnos la condición humana. Traigamos a nuestra memoria la liberación de Israel: el libro del Éxodo nos narra cuál fue la experiencia del pueblo, el cual peregrinó por cuarenta años por el desierto antes de llegar a la tierra prometida.
A lo largo de aquella travesía, los judíos experimentaron la fuerza e insistencia del tentador, el cual los iba induciendo para que perdieran su confianza en el Señor y añoraran volver a lo que eran antes, esclavos de los egipcios. No obstante, con el tiempo y mediante la mediación de Moisés, aquel pueblo aprendió a escuchar la voz de Dios, convirtiéndose en un pueblo santo.
Al contemplar esta escena bíblica, hemos de percatarnos que, para realizar plenamente una vida en santidad, es preciso superar toda prueba y asechanza presentada por la tentación. Sólo se puede liberar de la esclavitud de la mentira y del pecado por medio de la gracia dada por el mismo Señor. El hombre, gracias a su confianza en Dios, le encuentra un sentido pleno a su vida y es capaz de alcanzar la paz, la alegría, el amor.
Por ese motivo, la Cuaresma constituye un tiempo favorable para una buena revisión de vida por medio de la oración y de la penitencia. Debemos de ir suscitando esos espacios en nuestro quehacer diario: darnos tiempo para la oración y la reflexión, el cual nos ayude a adentrarnos cada vez más en este clima cuaresmal.
“Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca”. En Jesús se nos anuncia la Buena Nueva. Dios se hace cercanos al hombre, lo llena de su amor, entra en el mundo para ayudarlo, para cargar sobre sí su pecado. Pero esto únicamente puede ser posible de una manera: “arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Esta es una invitación a tener nuestra fe puesta en el Señor, a convertir nuestra vida a su voluntad, a reorientar nuestras acciones y pensamientos hacia Él.
Permitámosle al Señor que en este tiempo de Cuaresma nos conceda un corazón dócil, capaz de renovar y fortalecer nuestra relación con Él a través de la oración diaria, de todos los gestos de penitencia que realicemos y de las obras de caridad que hagamos por el prójimo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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