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"Alegrémonos: Dios nos ama"

 IV Domingo de Cuaresma Ciclo “B”


II Creo 36, 14-16. 19-23

Sal 136

Ef 2, 4-10

Jn 3, 14-21



    El IV domingo de Cuaresma es considerado como el “domingo de la alegría”, en el cual se atenúa el clima penitencial de este tiempo santo que estamos viviendo.


    Surge, entonces, esta pregunta: ¿de qué alegrarnos; cuál es el motivo de nuestra alegría? Desde luego, puede ser la cercanía de la Pascua, la cual estamos muy próximos a celebrar. Pero la razón más profunda se encuentra en el mensaje de las lecturas que la liturgia de la Palabra nos ofrece el día de hoy.


    Se nos recuerda que, a pesar de nuestra rebeldía e infidelidad, somos aquellos que estamos llamados a experimentar la infinita misericordia del Señor: “Porque tanto amó Dios al mundo”. Es tan grande el amor de Dios, que Él desea envolver a toda la humanidad con su inagotable ternura y misericordia.


    Lo podemos contemplar en la primera lectura. El autor sagrado nos narra la historia de pueblo elegido, el cual experimenta el castigo de Dios como consecuencia de su comportamiento rebelde: el templo es destruido y el pueblo exiliado. Esto nos hace pensar que Dios se ha olvidado de los suyos. Pero no es así: después de todo esto, Dios nos muestra que tiene un plan de misericordia para con ellos. Aquellos acontecimientos tocarán el corazón del pueblo y harán que regresen al Señor para confiar más en Él. Después, Dios, en su poder absoluto, se servirá de un pagano, Ciro, el rey de Persia, para liberar al pueblo de Israel.


    El texto que reflexionamos, la ira y la misericordia de Dios se confrontan en una secuencia dramática, pero al final triunfa el amor, ya que “Dios es amor” (cfr. I Jn 4, 8). Contemplando los acontecimientos del pasado, podemos ver que Dios sigue amándonos, incluso a través del castigo. Los designios de Dios, cuando pasan por la prueba, se orientan a un final de misericordia y perdón.


    Esto mismo es confirmado por San Pablo en la segunda lectura al recordarnos que “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo”. Por consiguiente, siempre, pero más en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el centro de nuestra meditación, puesto que en esa entrega total de Cristo se manifiesta la grandeza de Dios, que es amor.


    Todo cristiano está llamado a testimoniar con su vida la gloria del Crucificado. La cruz es el signo por excelencia que se nos ha dado para poder comprender y experimentar el amor de Dios por la humanidad: todos hemos sido creados y redimidos por Dios, que por amor, inmoló en la cruz a su Hijo amado.


    Hoy, muchos buscan a Dios, buscan la misericordia divina, desean un signo que toque su mente y su corazón. Hoy se nos recuerda que el único signo es Jesús elevado en la cruz. En Él podemos obtener la salvación. Recordemos que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte de vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1).


    La fe del cristiano no es una ideología, sino un encuentro personal con Jesucristo crucificado y resucitado. Por ello, pidámosle al Señor que nos ayude a profundizar en las razones de nuestra fe, para que, renovados con el Espíritu Santo y con un corazón alegres, podamos corresponder al amor eterno que nos tiene el Padre.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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