Viernes III Tiempo de Cuaresma
Os 14, 2-10
Sal 80
Mc 12, 28b-34
Oseas nos ofrece un guion a seguir. Nos enseña cómo preparar nuestro discurso para pedir perdón: “Ya no nos salvará Asiria, ya no confiaremos en nuestros ejércitos, ni volveremos a llamar dios nuestro a las obras de nuestras manos”. En esta suplica encontramos una forma de reconocer que hemos apartado nuestra vista del Señor, confiando única y exclusivamente en nosotros mismos.
El mensaje central que nos ofrece Oseas este día es el de la conversión a Dios, ya que para el profeta el peor pecado que puede existir es el de la idolatría, puesto que él sabe lo que el Señor ha hecho por su pueblo. El temor de Oseas no sólo consiste en la adoración a dioses de madera u otros materiales inertes, sino más bien en que el hombre se coloca en el lugar que le pertenece a Dios.
El hombre cae constantemente en una trampa y se atreve a llamar “dioses” a las obras de sus manos. Esta problemática no es exclusiva del tiempo del profeta. Quizás si somos un poco observadores descubramos en nuestro tiempo a algunas personas (quizás nosotros mismos) que confían más en otros aspectos: amuletos de la suerte, los horóscopos, la lectura de las cartas, etc.
El hombre se ha ido inclinando y confiando cada vez más en la actividad que realiza entre sus manos que en el mismo Espíritu, el cual, guía su camino y la acción de toda la Iglesia. Ponemos más empeño en las letras pequeñas que los titulares pasan desapercibidos.
Lo mismo les sucedió a los judíos en tiempo de Jesús. Ellos se sentían aferrados a la letra pequeña de la Ley. Es por lo que la pregunta del escriba no carece de sentido, sino que tiene mucha profundidad: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”.
Recordemos que los judíos contaban con 613 mandamientos que constituían la Torá. De ellos, 248 eran prescripciones positivas y 365 eran prohibiciones. Con tantos mandamientos por cumplir, nos damos cuenta de que es sumamente fundamental saber cuál es el principal de todos los mandamientos.
Jesús no divaga o da alguna respuesta ocurrente. Él, como verdadero amante y cumplidor de la Ley, les recuerda unas palabras del libro del Deuteronomio y del Levítico: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser” (Dt 6, 5) y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18). Y se acabó la historia: aquí esta todo.
Tal vez hubiéramos preferido escuchar de Jesús otras respuestas, tales como: reza más, ofrece tales sacrificios, ayuda a los pobres, etc. No. Él sabe que lo más importante y principal en la vida del hombre es amar: amar gratuitamente, sin esperar nada a cambio, entregando nuestro tiempo a Dios y los demás. El amar, es una consigna que debe ocupar toda nuestra vida.
Escuchemos la voz del Señor y andemos por su camino. Que hoy y siempre podamos “amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a mí mismo”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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