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"Derroche de amor"

 Lunes de la Semana Santa


Is 42, 1-7

Sal 26

Jn 12, 1-11



    La vida puede ser vista como una espiral. Un recorrido de curvas centradas que va pasando cíclicamente por los mismos sitios (meses, estaciones, temporadas, etc.), pero siempre a distinto nivel, porque en realidad nunca estamos en el mismo punto o lugar que el ciclo anterior. Hemos vuelto a iniciar una Semana Santa. Un año más, una vuelta más. En estos días se nos da la oportunidad de vivirla con profundidad, meditando y reflexionando sobre el gran amor que Dios nos tiene al entregar a su Hijo por nosotros, por nuestra salvación.


    Contemplamos, en el libro del profeta Isaías, la figura del “siervo de Dios”, aquel que ha sido elegido, en quien Él se complace. El siervo actuará con una firmeza inquebrantable hasta que haya cumplido la tarea que se le ha confiado. Él se presentará con la fuerza del Espíritu de Dios, que lo sostiene, que le da la capacidad de entregarse por amor.


    Por otra parte, en el relato evangélico se respira un clima pascual: la cena que Jesús tiene con los amigos en Betania, es una preparación a la muerte de Jesús bajo el gesto hecho por María (ungir los pies del Señor), pero, a la vez, es un anuncio de la resurrección mediante la presencia de Lázaro, testimonio elocuente del poder de Cristo sobre la muerte.


    La escena que contemplamos en Betania contiene sentimientos encontrados, una mezcla de alegría y de tristeza: alegría por aquella visita de Jesús a los amigos, por la resurrección de Lázaro, por la Pascua que están cerca a celebrar; tristeza porque esa Pascua puede ser la última de Jesús, por lo que hacía temer las trampas de los judíos, que deseaban la muerte del Maestro.


    Centremos nuestra atención en un gesto: María, “tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos”. Este gesto es una expresión de fe y de amor para el Señor. Para ella, no es suficiente lavar los pies del Maestro con agua, sino que los unge con perfume, el cual podía haber sido vendido bastante bien; no unge la cabeza, como era costumbre, sino los pies. María ofrece todo lo que tiene y lo hace con un gesto de profunda devoción y humildad.


    Cuando uno ama, no calcula, no repara en gastos, no pone limites o barreras, sino que se dona con alegría, buscando el bien del otro, venciendo las críticas, el resentimiento o la cerrazón que muchas veces los hombres levan en su corazón. Como María, también nosotros deberíamos de darle al Señor todo lo mejor que tenemos y no lo que nos sobra.


    María se pone a los pies del Señor en humilde actitud de servicio, como lo hará el mismo Maestro en la última cena. Recordemos que la regla de la comunidad de Jesús es la del amor que sabe servir, que es capaz de dar la vida por los demás.


    “Toda la casa se llenó del olor del perfume”. El gesto que ha hecho María, que es respuesta al amor de Dios, se percibe y expande entre todos los convidados. Toda acción de amor a Jesucristo, no se limita a un acontecimiento personal, sino que se propaga a toda la Iglesia, volviéndose algo contagioso, algo que infunde profunda alegría en los demás.


    ¡Qué gesto tan maravilloso ha hecho María! También nosotros aprendamos de ella a dar lo mejor que tenemos, no solo de una manera material, sino personal: nuestro tiempo, nuestros pensamientos, nuestro amor. Mostremos con nuestra vida cuánto amamos a Jesús y no dudemos en entregarle toda nuestra vida.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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