Lunes V Tiempo de Cuaresma
Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-69
Sal 22
Jn 8, 1-11
Las dos lecturas que hemos meditado y reflexionado el día de hoy presentan un paralelismo: se trata de un juicio contra dos mujeres: Susana, la cual era inocente y la adúltera, que era pecadora. Ambas escenas tienen elementos en común y nos ayudan para experimentar el juicio misericordioso de Dios sobre nuestras iniquidades.
La historia que nos narra el profeta Daniel nos presenta dos ancianos que acusan a una mujer inocente. Pero el Señor ilumina al joven Daniel para impedir que se lleve a cabo una injusticia. Esta intervención oportuna del profeta nos recuerda que el único juez por excelencia es Dios, ya que Él juzga según el corazón y no las apariencias.
En Susana tenemos un ejemplo a seguir. Ella resiste con valentía a la solicitud de sus acusadores. Prefiere morir que pecar. Esta mujer opta por ser fiel, ya que confía en el Señor. Es cierto, la fidelidad puede costarnos demasiado, pero es el único modo de seguir siendo buenos discípulos del Señor, de permanecer siempre en sus caminos, incluso hasta la muerte.
También contemplamos a Jesús, el nuevo Daniel, que no sólo defiende al que es justo, sino que va más allá. Él es el instrumento de la misericordia de Dios, incluso para los pecadores. Ciertamente la mujer era culpable, pero para eso ha venido Jesús para perdonar, para salvar a los que se había perdido.
Aquí también sería bueno que pensemos en cómo tratamos a los demás en nuestros juicios: ¿les juzgamos apresuradamente? ¿Nos dejamos llevar por lo que otros dicen? Antes de juzgar a alguien, será oportuno juzgarnos a nosotros mismos: “el que este libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Seguramente seríamos más benévolos con el prójimo.
Jesús es la figura central, recordándonos que Dios, es un Dios misericordioso, que perdona y nos libra de toda adversidad. Si Daniel desenmascara a los falsos acusadores, en el Evangelio, Jesús deja al descubierto la fragilidad e hipocresía del hombre, puesto que ellos mismos saben que no son más santos que aquella mujer sorprendida en flagrante adulterio.
Todo aquel que se fía completamente al Señor, que es nuestro Pastor, no le falta nada. Aunque se ande por cañadas oscuras, sabemos que el mal es algo pasajero, puesto que estamos seguros de que el Señor está con nosotros, ya que su vara y cayado nos sostienen y nos dan seguridad. Hemos de aprender a encomendarnos a las manos del Señor, a confiar plenamente en Él, incluso en los momentos oscuros y más difíciles de nuestra vida.
Dios nunca se cansa de perdonarnos, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Volvamos al Señor, abandonémonos completamente a su infinito amor, así como Susana; dejémonos envolver por su piedad y misericordia, para experimentar el perdón de nuestros pecados; abandonémonos completamente al Señor, puesto que Él es el Buen Pastor, que nos cuida y nos protege de toda adversidad. No tengas miedo, confía en el Señor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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