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"Dios tiene un sueño"

 Viernes II Tiempo de Cuaresma


Gn 37, 3-4. 12-13. 17-28

Sal 104

Mt 21, 33-43. 45-46



    ¿Hasta dónde es capaz de llegar el hombre cuando se deja llevar por la envidia? Las historias que hoy hemos reflexionado, tanto la de José el Soñador, como los criados y el hijo del propietario de la viña, no es muy diferente a muchas historias que hoy se continúan escribiendo en nuestros días, en las cuales, la envidia, el status social y el interés desmedido siguen llevando a muchos a vender o matar a sus hermanos por poco dinero.


    También encontramos otra relación en las lecturas. Para sus hermanos, José era un iluso: “por ahí viene el soñador. Démosle muerte”. Para los labradores, el hijo del dueño del viñedo era un obstáculo: “Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia”.


    En este camino cuaresmal podemos vislumbrar la imagen de Jesús en ambos personajes. Jesucristo es un soñador: el Amado por el Padre, sueña con hacer ver a todos los hombres su condición como hijos de Dios; sueña con un mundo mejor, en el que Dios reine y no la violencia, ni la injusticia, mucho menos la humanidad.


    Pero no se limita con el simple hecho de soñar: Él acepta ir a la viña de su Padre. Como lo dice un Salmo: “Pastor de Israel, escucha: Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa” (Sal 79, 1. 15-16). Por desgracia, al llegar a ella, se da cuenta de que no es bien recibido por los criados: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11-12).


    En la medida en que el Señor fue presentando la novedad del Reino, entendió que su viña corría un grave peligro. Sus sueños, no encajaban con los sueños del pueblo; sus proyectos no se entrelazaban con las empresas de los hombres; la fidelidad de Dios no se podía comparar con la de Israel, puesto que ellos le seguían siendo infieles.


    Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus palabras, comprendieron que Jesús decía todo aquello por ellos. Pero no quisieron escuchar, puesto que tuvieron miedo. Hoy estas palabras son para nosotros; hoy Jesús se dirige a nuestro corazón. El Maestro sigue soñando y confiando en que ese sueño se volverá realidad. 


    ¿Por qué tendemos a rechazar los sueños de Dios? ¿Por qué no dejamos que sus proyectos y anhelos se anclen en nuestro corazón? No tengamos miedo: que en este camino cuaresmal hagamos los sueños de Dios realidad: animémonos a dejarnos alcanzar por su amor y por su misericordia.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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