Viernes V Tiempo de Cuaresma
Jr 20, 10-13
Sal 17
Jn 10, 31-42
Por más oscura que sea la noche, por más difícil que parezca nuestra vida, siempre habrá lugar para la esperanza. Jeremías, un hombre de Dios, siente temor al saber que es perseguido, que intentan matarlo por hablar en nombre de Dios. El peligro es inminente: “Yo oía el cuchicheo de la gente”. Pero, al mismo tiempo, experimenta la certeza de un Dios que no lo abandona, sino que se convierte en su fuente de paz, pues a “Él ha encomendado su causa”.
Todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado este amargo sabor de boca, en donde todo parece convertirse en tinieblas y desesperación. Es en este momento en donde la Palabra de Dios quiere interpelarnos, invitándonos a la esperanza, a levantar nuestros ojos a Dios y recordar que todo tiene solución. Debemos saber esperar, pues todo llega para el que sabe esperar.
En el Evangelio nos muestra la cara más oscura de la condición humana: la envidia, la desconfianza, la negación, incluso al ver todos los milagros y signos que Jesús ha hecho. Evidentemente contemplar a Jesús, que todo lo hace bien, molesta, nos llena de envidias. Es más fácil tacharlo de blasfemo y buscar acabar con Él.
Nos encontramos ya al borde de la Semana Santa y se comienza a respirar un ambiente tenso, trágico. El pueblo judío no está en la sintonía del Maestro, sino que buscan un pretexto para acabar con Él: “cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo”.
Que interesante nos resulta ver que en Judea se tiene un amor muy grande por las piedras: las utilizaron en la construcción del templo en Jerusalén (cfr. I Cro 29); David la empleo para arrojarla en la frente del gigante Goliat (I S 17, 49); algunos hombres habían tomado piedras para lanzarlas contra la mujer adultera (Jn 8, 5ss); a Esteban lo lapidaron (Hch 7, 58); “los judíos cogieron piedras para apedrearlo (pasaje de hoy).
“Trataron de apoderarse de Él, pero se les escapó de las manos”. En varios pasajes evangélicos se alude a este Jesús, el cual es escurridizo, que no se deja apresar por el maligno o aquellos que hacen el mal. Esta acción tiene un simbolismo muy profundo: no estamos a la altura de Jesús. Podemos recibirlo como un don gratuito del padre, pero nunca podremos manejarlo a nuestro antojo.
Sería bueno preguntarnos: ¿cuántas piedras arrojamos a todos aquellos que no piensan o hablan como nosotros? Hemos de aprender a contemplar las obras que hacen nuestros hermanos y aprender de ellas, viéndolas como un signo incuestionable de la presencia de Dios. Si logramos abrir los ojos del corazón podríamos descubrir el rostro del Padre en todos aquellos que hacen las mismas obras que Jesús.
Confiemos en Dios, al igual que Jeremías y Jesús, para que así, podamos aprender a descubrir a nuestro alrededor la presencia del Señor, el cual se hace presente en medio de nosotros con palabras y gestos, sencillos e insignificantes, pero llenos de amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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