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"Miremos al Rey humilde"

 Domingo de Ramos Ciclo “B”


Is 50, 4-7

Sal 21

Flp 2, 6-11

Mc 14, 1- 15, 47



    El Domingo de Ramos es la puerta que nos conduce a la Semana Santa, tiempo en el que Jesucristo se dirige hacia la culminación de su misión, concluyendo su vida terrena. Él se dirige a Jerusalén para cumplir con las Escrituras, para ser colgado en la cruz, trono por el cual reinará por toda la eternidad.


    Jesús entra en la ciudad santa montado en un asno. Es decir: en el animal de la gente pobre, de los campesinos sencillos y humildes. Lo hace en un burro que no le pertenece, pues lo pide prestado. No llega en un carruaje acorazado y elegante como los reyes, ni en un caballo como los grandes del mundo, sino en un asno que le han prestado. Con esto cumple lo que el profeta Zacarías profetizó: “No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna” (cf. Za 9, 9).


    Con esta imagen podemos contemplar a un Jesús que decide reinar desde la pobreza, desde la sencillez. Quiere ser un rey de los pobres y para los pobres. Esta pobreza no se reduce simplemente a la austeridad de los bienes materiales, sino que va más allá. El sentido que le da Jesús a la pobreza es la de la libertad, de un corazón purificado, poniéndose siempre bajo la mirada de Dios: “Él, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para salvarnos” (cf. II Co 8, 9).


    Por otro lado, contemplamos a una multitud que sale al encuentro del Señor, que lo aclama y proclama Rey. Por desgracia, esa misma muchedumbre que gritaba, “¡Hosanna! ¡Bendito el que vine en nombre del Señor!”, será la misma que más delante grite: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Esta misma actitud es la que muchas veces tomamos ante los demás: nos mostramos como tiernos corderos, pero a sus espaldas nos comportamos como lobos rapaces.


    Recibir a Jesús con euforia o aclamaciones es sencillo. Lo difícil y complicado es acompañarlo a lo largo de su Pasión. Cuando Cristo llevaba a cabo diferentes signos y milagros, nos emocionábamos; cuando Jesús curaba a un enfermo, nos ilusionábamos; cuando el Maestro resucitaba a los muertos, nos llenábamos de esperanza. Pero en el momento de la prueba, cuando es calumniado, cuando es apresado y comienza su agonía, le damos la espalda. Hasta decimos: “yo no conozco a ese hombre”.


    Estamos por comenzar esta Semana Santa. ¿Cómo lo queremos hacer? ¿Desde la distancia, cómo mero espectador o queremos tomar un papel importante en esta historia? Que al igual que el Señor, también nosotros tomemos la determinación de llevar a cumplimiento la misión que Dios nos ha encomendado.


    No olvidemos que Dios nos ama hasta el extremo y que por eso precisamente se entrego en la cruz, “para que todo aquel que crea en Él, tenga vida eterna” (cfr. Jn 3, 16). Nunca estamos solos, Dios está con nosotros: en las alegrías o en las penas, en la paz o en la adversidad, en la alegría o en la tristeza. ¡Qué estamos esperando: volvamos al Señor!



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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