III Domingo de Cuaresma Ciclo “B”
Ex 20, 1-17
Sal 18
I Co 1, 22-25
Jn 2, 13-25
No podemos reducir nuestra celebración cuaresmal a meras prácticas devocionales o simplemente profesar de labios la grandeza del Señor: “No todo el que me diga, Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos” (Mt 7, 21).
Debemos de identificar cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida, ya que esto deben conducir nuestras practicas cuaresmales. Hemos de aprender cómo fue la fidelidad filial de Jesucristo al cumplir en todo la voluntad de su Padre, inclusive hasta el grado de entregar su vida por todos. Aquella actitud de obediencia es algo que debemos de imitar, puesto que nosotros somos sus discípulos.
Dios ha elegido a un pueblo para realizar con él una alianza de amor y salvación. Es por ese motivo que les da su ley, la cual no busca ser únicamente una serie de prohibiciones en la vida del hombre, sino más que nada pretende ser una manifestación paternal del amor del Padre.
Dios nos quiere libres, quiere que seamos plenos. Por ese motivo nos ofrece los mandamientos. El Señor los presenta en forma de mandatos divinos para que el hombre, por medio de ellos, lleguen a la verdadera libertad. No olvidemos que al cometer algún pecado nos hacemos esclavos de este. Si cumplimos de todo corazón los mandamientos del Señor, encontraremos libertad, vida en abundancia.
Recordemos que Jesús no vino a quitar la ley: “No crean que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a darle plenitud” (Mt 5, 17). Cristo perfecciona la ley desde el amor, desde la Cruz. Por ese motivo hemos de llevar a la práctica todo lo que Él nos ha enseñado: desde amar a Dios sobre todas las cosas, hasta amar al prójimo como a sí mismo.
Por desgracia, cuando predicamos a un Cristo que murió crucificado, que se entregó por amor, que vino a darnos vida por su muerte, resulta escandaloso para los hombres. Cuando llevamos a la práctica todo lo que el Maestro nos enseñó, la gente nos critica, no aceptan nuestro testimonio de vida, se escandalizan del estilo de vida que hemos optado llevar. No te preocupes por el que dirán los demás: tú busca ser siempre grato ante los ojos de Dios.
No podemos engañar a Jesús. Él nos conoce: conoce todo lo que hay en nuestro corazón. No podemos aparentar o fingir algo que no somos. Nos haría muy bien entrar en nuestro corazón y decirle a Dios: Señor, mira: en mi vida hay cosas buenas, pero también hay cosas no tan buenas.
Créeme, esto no asusta a Jesús. si tú te reconoces como pecador, eso no asusta para nada al Maestro. Lo que a Él no le agrada para nada es la doble cara, la hipocresía: mostrarnos justos para ocultar nuestro pecado. Ten confianza en el Señor: así como expulsó a los mercaderes del Templo (“porque habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones”), así quiere expulsar todo aquello malo en la vida del hombre, que lo único que hace es apartarnos de su amor y de su misericordia.
Jesús ya no utiliza el látigo para limpiar el corazón del hombre. ¿Sabes qué es lo que utiliza? La misericordia. Abramos nuestro corazón a la misericordia del Señor. Pidámosle al Señor que venga a limpiarnos con su perdón. Si abrimos nuestro corazón a la misericordia de Jesús, Él se fijará en nosotros: Él nos mostrará su amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario