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"¿Qué envenena tu vida?"

 Martes V Tiempo de Cuaresma


Nm 21, 4-9

Sal 101

Jn 8, 21-30



    Durante nuestro peregrinar en este mundo podemos cometer muchos errores. Uno de ellos es el capricho que le tenemos a Dios, el cual nos imposibilita aceptar la manera de obrar en nuestra vida, llevando al hombre a caer en el desanimo o incluso en la murmuración contra Él, al igual que le sucedió al pueblo judío al ser liberado de la esclavitud del Faraón.


    Hemos reflexionado en el libro de los Números la desolación vivida por Israel en el desierto y el episodio de las serpientes que mordían a la comunidad. Cuando el pueblo tenía hambre, Dios le respondió con el maná y las codornices; si tenía sed, le otorgaba agua; durante el día los cubría por medio de una nube y no sufrieran la fuerza del calor; por la noche una columna de fuego los mantenía calientes.


    Desafortunadamente, el pueblo no soportó el viaje. Sucede algo parecido cuando las personas inician un proceso de conversión y de seguimiento al Señor. Llega un momento en que las pruebas parecen superarnos y uno cae en el error de mirar atrás, de regresar a lo que era antes. Se piensa en el pasado: “cuántas cosas buenas tenía”. Si nos llega a suceder eso, hemos de tener cuidado, puesto que nuestra añoranza está equivocada, ya que nuestro pasado está marcado por la esclavitud, por el pecado.


    Eso es un espejismo del maligno. Nos hace pensar qué aquello que decidimos dejar de lado (hablando aquí del pecado) es bueno, que lo necesitamos para ser felices. Puede ser que sí haya una satisfacción en aquello, pero no deja de ser una vida de esclavitud. Durante esta Cuaresma el Señor nos da signos y señales de que está con nosotros: amor, paciencia, perdón, misericordia, etc.


    Esta experiencia nos puede pasar a todos los que seguimos al Señor. Puede que nos cansemos o nos desesperemos. Podemos caer en el error de pensar que Dios no nos ayuda, de que Él nos ha abandonado. Cuando esto sucede es porque el corazón ha sido mordido y envenenado por la serpiente del maligno, haciendo de nuestra vida una inconstancia en el seguimiento de Jesús.


    Pero el Señor tiene la solución: le pide a Moisés hacer una serpiente de bronce y ponerla sobre lo alto. Esa serpiente, que curaba a todos los que la veían, era una profecía: era la figura de Cristo en la cruz. Esa es la clave de nuestra salvación. ¿Te sientes envenenado? ¿Te sientes incapaz de seguir el camino hacia Él? Mira la cruz, en ella podrás contemplar el gran amor que Dios nos tiene.


    Si queremos conocer el amor de Dios, miremos la cruz: un hombre que ha sufrido, un Dios que se ha vaciado de su divinidad, manchado por el pecado. Pero por medio de su anonadamiento, destruye para siempre el veneno del pecado. Contemplemos la cruz y descubramos en ella la gloria de Jesucristo. Aprendamos a mirar a Dios para que, en los momentos de adversidad, no seamos vencidos por la tentación, sino que permanezcamos fieles a su amor.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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