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¿Qué ídolos tengo en mi vida?

 Jueves IV Tiempo de Cuaresma


Ex 32, 7-14

Sal 105

Jn 5, 31-47



    Dios sigue creyendo en el hombre, por desgracia, éste lo defrauda. El Señor confiaba en su pueblo, pero ellos lo decepcionaron. Es lo que hemos meditado el día de hoy en la primera lectura. Cuántos proyectos tiene Dios para sus hijos, cuánto nos ama el Señor, y sin embargo, seguimos dándole la espalda.


    Los mismo que le sucedió al pueblo liberado de la esclavitud, nos sucede a nosotros en la actualidad: no tenemos paciencia. No sabemos esperar, nos desesperamos fácilmente, queriendo todo de una manera rápida y sencilla. El pueblo acababa de ser liberado y a los pocos días hicieron un becerro de oro para adorarlo, olvidándose del Dios que los había salvado.


    “Olvidaste al Dios eterno, el que te sustenta y el que te cuidó” (cfr. Ba 4, 8). Es demasiado triste ver que el hombre se olvida de Dios, de que Él lo creó, de que Él lo ha hecho crecer, de que lo ha acompañado a lo largo su nuestra vida. El corazón del hombre cada vez es más insaciable y ya no está satisfecho con el amor fiel del Señor.


    Pero Dios no se calla: reprocha la conducta y actitud de su pueblo, la poca constancia que tiene, su infidelidad y el haberse pervertido, alejándose del verdadero Dios y buscando otros dioses. Dios se desilusiona por nuestra infidelidad.


    Cada uno de nosotros hemos de reconocer que en ocasiones nuestro corazón se aleja de Dios. Por ende, deberíamos de recomenzar el camino para no perdernos, para no irnos deslizando hacia los falsos dioses: el dinero, el placer, la mundanidad, la infidelidad, etc.


    También en este pasaje encontramos la oración de intercesión que Moisés hace a Dios por su pueblo. Moisés suplica al Señor que “su ira no se descargue con su pueblo”. Intenta persuadir a Dios, recordándole las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob.


    Aunque el Señor le promete a Moisés, “de ti haré un gran pueblo”, él intercede por los suyos. En la Sagrada Escritura encontramos bastantes ejemplos de intercesión; cuando Dios quiere destruir Sodoma, Abraham intercede: “¿y si hubiera 30 justos…, luego 20…, después 10? El Señor responde que por esos no destruiría la ciudad” (cfr. Gn 18, 20-32); aquella mujer Cananea que pide la curación de su hija: “no está bien tomar el pan de los hijos y echárselos a los perritos…pero hasta los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos” (cfr. Mt 15, 21-28).


    También nosotros debemos de aprender a orar intercediendo por los demás: cuando alguien te pida, “ora por mí”, hazlo, no sabes el bien que le haces por medio de tu oración. Aquí podríamos decir con toda la certeza: “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35).


    Hoy es un buen día para hacer una introspección: ¿cuántos ídolos tengo en mi vida? ¿Cuántas veces he dejado el amor verdadero que Dios me ofrece por buscar un amorío mundano? Volvamos a serle fieles al Señor: Él siempre nos espera. Dios nos perdona todo, pues nos ama incondicionalmente.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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