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"Reconocernos pecadores"

 Lunes II Tiempo de Cuaresma


Dn 9, 4b-10

Sal 78

Lc 6, 36-38



    Las lecturas del día de hoy, nos hace reflexionar a cerca de la misericordia. Todos, en algún momento de nuestra vida, nos hemos sentido o sabido pecadores. Por ese motivo, necesitamos la capacidad de reconocernos como tal. Incluso, me atrevo a decir que es el primer paso para todo aquel que quiera considerarse buen cristiano.


    Cuando nos toca la hora de justificar nuestros actos, somos todos unos expertos en ese tema: “yo no hice eso”, “eso no fue mi culpa”, “tampoco es para tanto”, “eso no es cierto”, etc. Generalmente tenemos una coartada para justificar nuestros fallos, aquellos pecados que hemos cometido. Muchas veces ponemos cara de inocente, engañando a todo mundo. Pero en el fondo no podremos nunca engañar a Dios ni a nosotros mismos. Así no se puede ser un buen cristiano.


    En ocasiones, nos resulta demasiado sencillo acusar a los demás y no reconocer nuestro pecado. Si no aprendemos a dar este primer paso, el reconocerme pecador, no podremos dar otros pasos en la vida cristiana, en la conversión de mi vida espiritual.


    El reconocernos pecador, por ende, nos llevará a sentir vergüenza delante de Dios por todo el mal que hemos hecho. Cuando se establece un diálogo con Dios, en donde uno se reconoce pecador y se avergüenza del mal cometido, se da la grandeza de la misericordia, se obtiene el perdón de Dios.


    En este tiempo de Cuaresma deberíamos de entablar un diálogo con el Señor, en donde nos reconozcamos pecadores, en donde nos dé vergüenza todo lo malo que hemos cometido. Esto nos solo nos vendría como anillo al dedo, sino que nos ayudaría a perseverar y seguir luchando por alcanzar la santidad.


    ¡Invoquemos la misericordia del Señor! Es lo que Jesús nos deja claro en el Evangelio: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”. En el momento en el que aprendamos a acusarnos a nosotros mismos, podremos ser misericordiosos con los demás.


    ¿Quién soy yo para juzgar a mi hermano, cuando yo soy capaz de hacer cosas aun más atroces? ¿Quién me ha puesto de juez en un tribunal, cuando yo mismo he estado sentado en el banquillo de los acusados? Aquí es donde toma más sentido la expresión de Jesucristo: “no juzguen, y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”.


    Que el Señor nos conceda la gracia de reconocernos pecadores, de aprender a acusarnos, sabiendo que somos capaces de cometer cosas demasiado atroces y, con un corazón contrito y humillado le podamos decir: Señor, ten piedad de mí; ayúdame y dame tu misericordia, para que así pueda ser misericordioso con los demás.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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