Miércoles V Tiempo de Cuaresma
Dn 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95
Sal 3
Jn 8, 31-42
“Bendito eres Señor; bendito sea tu nombre santo y glorioso” (Dn 3, 52). El himno de bendición del profeta Daniel, que hemos meditado, resuena en la liturgia de la Palabra, invitándonos a bendecir y alabar a Dios. Nos unimos a este cántico de acción de gracias y alegría, buscando cimentar nuestra vida en el amor y en el camino de la fe.
Al reflexionar el pasaje de la primera lectura, encontramos a tres jóvenes, presionados por el rey Nabucodonosor para adorar a sus falsos dioses. Pero estos jóvenes prefieren afrontar la muerte antes de traicionar al Señor. Ellos se llenaron de fuerza al “alabar, glorificar y bendecir a Dios”, pues tenían la certeza de que Dios no los abandonaría. Esto es muy cierto: el Señor nunca nos abandona como hijos, nunca se olvida de nosotros. Él es capaz de salvarnos y liberarnos de toda adversidad.
“Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. En efecto, la verdad es un anhelo del ser humano. Buscarla siempre implicará una auténtica libertad. Por desgracia, muchos prefieren atajos, eludiendo esta tarea. Por ejemplo, Poncio Pilato: él ironiza con la posibilidad de poder conocer la verdad (cf. Jn 18, 38). El cerrarse a la verdad puede producir un cambio de corazón, haciéndolo frío, indeciso, indiferente a los demás y cerrado en el egoísmo.
Por otra parte, podemos encontrar a otros que interpretan mal la búsqueda de la verdad, llevándola a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en “su verdad” y queriéndola imponer a los demás. El ejemplo claro lo tenemos con los fariseos y los escribas: ellos no se cansarán hasta ver a Jesús crucificado.
Recordemos que fe y razón son necesarias en la búsqueda de la verdad. Dios, al crear al hombre, lo dotó de una innata vocación por buscar la verdad. Por eso le proporcionó inteligencia y razón. Todo ser humano, especialmente los cristianos, debemos de indagar en la verdad y optar por ella cuando la encontremos, aun si esto puede hacernos afrontar riesgos o sacrificios.
No vacilemos en seguir a Jesucristo. En Él encontramos la verdad sobre Dios. El Maestro nos ayuda a vencer nuestro egoísmo y vencer todo aquellos que pueda oprimir nuestro corazón. Aquel que obra el mal, es esclavo del pecado y nunca alcanzará la libertad. Sólo renunciando al pecado seremos libres y una vida nueva brotará en nosotros.
Caminemos a la luz de Cristo, que es el único que puede destruir la tiniebla del error y del pecado que habita en nuestro corazón. Supliquémosle que nos conceda el valor y fortaleza para afrontar todas las adversidades de nuestra vida, para que, siendo auténticamente libres, podamos dar una respuesta generosa y coherente a Dios, sin miedo ni reserva alguna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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