IV Domingo de Pascua
Hch 4, 8-12
Sal 117
I Jn 3, 1-2
Jn 10, 11-18
El cuarto domingo de Pascua es conocido como “el domingo del Buen Pastor”. Cada año se nos invita a redescubrir, con agradecimiento y bondad, este apelativo que Jesús se dio a sí mismo, y que mejor manera para meditarlo que a la luz de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
“El Buen Pastor da su vida por las ovejas”. Esto se realizó plenamente cuando Jesucristo, obediente a la voluntad del Padre, se entregó en la Cruz por nosotros, dejándonos contemplar claramente qué significa que Él es el Buen Pastor, ya que ha ofrecido su vida por todos nosotros.
En Cristo se realiza el modelo más alto y perfecto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su propia vida, nadie se la quita, la entrega en favor de todas sus ovejas. En contraposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero Pastor del pueblo. A diferencia del pastor mal, que sólo piensa en sí mismo y explota a las ovejas, Cristo piensa en las ovejas, incluso al grado de entregar su vida por ellas.
A diferencia del asalariado, Jesús es un guía atento que va participando en la vida de su rebaño y no busca un interés, sino que su única ambición es la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas y todo esto lo hace al precio más alto que se pueda ofrecer: el entregar su propia vida por el su redil.
En la figura del Buen Pastor, podemos contemplar la imagen de la Divina Providencia, aquella solicitud paternal que tiene para cada uno de nosotros. Dios nunca nos deja solos. Esto lo podemos reflexionar fácilmente en la segunda lectura: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre”.
El amor que nos da el Padre es sorprendente y misterioso, porque al entregarnos a Jesús como el Buen Pastor que dona su vida por nosotros, Dios nos ha dado el amor más grande que el hombre puede experimentar. Este amor es el más alto y puro que pueda existir ya que no está movido por ninguna necesidad, ni está condicionado.
Ahora bien, contemplar y agradecer no basta. Es necesario que sigamos al Buen Pastor. Jesucristo, no sólo da la vida por nosotros, sino que nos enseña y nos impulsa también a nosotros a dar la vida por los demás. La resurrección nos habla con fuerza de que la vida se nos ha concedido para darla, para desgastarla para los demás y así ellos tengan vida. Dando la vida, colaboramos a que las ovejas que no están en el redil de Jesús escuchen su voz y así se sientan amados por Él, experimentando su gran amor que es capaz de reparar las fuerzas y saciar la sed.
Contemplemos en Jesús Buen Pastor la imagen del amor perfecto que hemos recibido de Dios y que ese amor nos sirva de guía para seguirlo siempre, inclusive al grado de también nosotros entregar la vida por los demás.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Gracias Padre Gerardo!! Dios lo bendiga siempre.un grande abrazo fuerte 🙏😇
ResponderEliminar