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"Dios te ha elegido: ¿sabes para qué?"

 Miércoles IV de Pascua 


Hch 12, 24-13, 5

Sal 66

Jn 12, 44-50



    De nuevo los Hechos de los Apóstoles nos muestran que la Palabra de Dios se sigue difundiendo por todas partes. La Buena Nueva de Dios sigue siendo predicada en medio de las diferentes regiones de la diáspora. Bien lo había dicho Gamaliel: “Si esto es cosa de Dios, no habrá quién lo detenga” (cfr. Hch 5, 39).


    Es cierto que Dios pudo haber propagado el Evangelio por todas partes sin ninguna dificultad. Pero no lo ha querido así, sino que se ha querido apoyar en el culmen de su creación: el hombre. El Señor nunca ha apartado su vista de nosotros, aún cuando nosotros decidimos darle la espalda o apartarnos de Él. El amor de Dios es tan grande que nos hace ser protagonistas en la historia de la salvación, nos invita a ser portadores de la Buena Nueva.


    Tal vez algunas veces hemos escuchado decir a algunas personas: “yo no soy capaz de predicar”, “no soy inteligente”, “no tengo ninguna cualidad que ofrecerle al Señor”, etc. Muchísimas objeciones le presentamos al Padre. Sin embargo, a pesar de todas las trabas que le presentemos a Dios, Él sigue confiando en nosotros.


    Todos tenemos una tarea-misión fundamental que el Señor nos ha reservado: a Saulo y a Bernabé los mandó a evangelizar a diferentes regiones de la diáspora; a los sacerdotes nos a puesto para el servicio de los hombres; a los doctores les confía la salud de sus pacientes; a los maestros les corresponde educar y enseñar a sus alumnos; a los padres de familia les ha encomendado la tarea de cuidar y velar por sus hijos; etc. Dios nos designa tareas especificas, las cuales únicamente nosotros podemos llevar a cabo.


    Probablemente más de alguna vez no hemos cumplido con la tarea que se nos ha encomendado, ya sea por nuestra fragilidad o simplemente por ser indiferentes a esa misión. Aquí, las palabras que hemos meditado en el Evangelio son muy reconfortantes: “Yo no he venido a condenar, sino para salvar”.


    Jesús nos sigue animando, puesto que Él confía en nosotros. El Maestro sabe que podemos desempeñar con amor y fidelidad la misión que nos ha encargado. No lo dudes más: confía en Dios, encomendémosle nuestras debilidades, para que, llenos de su fortaleza, podamos realizar las tareas que el Señor nos ha designado.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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