Viernes III de Pascua
Hch 9, 1-20
Sal 116
Jn 6, 52-59
La liturgia de la palabra de este día nos presenta un momento clave en la vida de la Iglesia: la conversión de Saulo. ¿Y por qué digo que es clave este acontecimiento? Pues porque San Pablo será uno de los grandes evangelizadores de la primera Iglesia.
Al igual que Saulo, también nosotros estamos llamados a experimentar una nueva vida por medio de la conversión. Recordemos que la conversión en cada cristiano tiene su propio ritmo: unos se pueden convertir de una vez y para siempre; otros pueden tener un proceso paulatino día con día, hasta alcanzar la conversión total.
Cuando se habla de conversión muchos piensan: “es imposible; jamás podré convertirme del todo al Señor”, “nadie puede cambiar; siempre será el mismo”. Hay que tener cuidado con esa actitud pesimista, desanimada. Todos caemos alguna vez, es cierto. Sin embargo, no nos quedamos en nuestros fracasos, sino que nos levantamos y volvemos a intentarlo.
Aquellas palabras que Dios le dirige a Saulo, “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, también el Señor nos las dirige a nosotros: “¿Por qué no te abandonas a mí?, ¿por qué sigues aferrado en tu orgullo?, ¿por qué no vuelves a mí de todo corazón?”. Dios quiere recomenzar el proceso de conversión que hemos iniciado desde nuestra primera caída, y que mejor que este tiempo de Pascua, en donde Jesús a restaurado nuestra vida por medio de su resurrección.
Ante el amor de Jesucristo, Saulo se siente desarmado. Aquel que pensaba hacer un gran servicio con aquella persecución encarnecida, se descubre equivocado. Pero no se queda sólo en reconocer su error, sino que a comenzado un nuevo camino. Después de haberse encontrado con el Resucitado, todo ha cambiado en él. A nosotros nos sucede igual: cuando nos hemos dejado encontrar por el Amor, nos sentimos renovados.
Hemos de aprender que toda conversión necesita de la presencia de Dios, de encontrarnos con Él en el silencio, abandonándonos a su gran amor. Solamente cuando estamos en las manos de Dios es cuando podemos cambiar nuestro corazón, renunciando a una vida pasada y resurgiendo a un hombre nuevo.
No olvidemos que después de su conversión, aquello que tenía valor para San Pablo, pasó a considerarlo basura: “juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3, 8). Después del encuentro con Jesús, también nosotros hemos de desgastar nuestras fuerzas en la predicación de la Buena Nueva, sabiendo que en Dios lo hemos encontrado todo.
Como Saulo, dejémonos encontrar por Cristo que nos llama ser auténticos testigos de su amor. No le tengamos miedo al Señor, que nos invita a la conversión. Al contrario: abandonémonos confiadamente a Él. No tengas miedo, el Señor está contigo siempre.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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