Miércoles III de Pascua
Hch 8, 1-8
Sal 65
Jn 6, 35-40
En nuestros días se necesitan apóstoles dispuestos, si es necesario, a afrontar la muerte y así testificar la fe hasta las últimas consecuencias. No huir, sino enfrentar los riesgos del ser cristiano, sin temer las secuelas que esto nos pueda traer.
Recordemos que no hemos recibido el Espíritu Santo en vano, sino que nos impulsa a ser valientes, entregando nuestra propia vida, tal como lo hizo Jesús: entregar la propia vida para que los demás tengan vida.
Esteban, al entregar su vida como lo hizo Jesús, estará colaborando para que surja una nueva vida en el mundo y que esa vida se vaya propagando como chispas capaces de incendiar a aquella Iglesia que está siendo perseguida.
A pesar de que la Iglesia siempre está siendo perseguida, nunca debe abandonar el anuncio del Evangelio. De hecho, la Iglesia muestra su fidelidad a Cristo cuando el viento es contrario a ella, cuando se desatan las persecuciones, cuando resiste los embates del enemigo, incluso si aquello le pueda traer la muerte.
Bien dice un refrán: “no hay mal que por bien no venga”. Desde la óptica de Dios, lo que aparenta ser una decepción para el hombre, Él lo puede convertir en una bendición. Lo podemos contemplar en la muerte de Cristo: parece que todo termina en la cruz, pero al tercer día resucito y por medio de ello, nos ha otorgado la salvación. También lo podemos contemplar desde lo sucedido tras la muerte de Esteban: se desata una persecución contra la Iglesia de Jerusalén, abriendo camino a la predicación en otras ciudades.
No olvidemos que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Tal vez nos resulta un poco difícil comprender esta afirmación. Por ello, necesitamos de Jesús. Lo hemos visto en el Evangelio de este día: “el que viene a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí nunca tendrá sed”. Es necesario estar cerca del Maestro, saciarnos de su Palabra, dejarnos inundar por su amor incondicional para comprender todo lo que puede hacer por nosotros.
Al vivir en tiempo de persecución y de rechazo, mantengámonos firmes en la fe y permitirle al Espíritu de Dios obrar en medio de nosotros. Con el tiempo nos podremos convencer y caer en la cuenta de que, aquellos sentimientos que puedan habitar en nuestro corazón, tristeza, desilusión desanimo, frustración, etc., se convertirán en fuente de alegría y bendición.
Que el Señor nos conceda permanecer firmes y en paz cuando se presente la adversidad. No tengamos miedo, recuerda que aunque nos encontremos en momentos difíciles, no estamos solos, puesto que Dios permanece siempre con nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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