Viernes de la octava de Pascua
Hch 4, 1-12
Sal 117
Jn 21, 1-14
Al ir avanzando en nuestro itinerario pascual, es importante hacer un alto, ponernos a reflexionar: ¿seguimos viviendo con intensidad este tiempo de gracia o ya hemos regresado a una vida ordinaria? Tras unos pocos días de haber celebrado el Triduo Pascual, puede haber personas que piensen: “yo ya cumplí con lo que prometí: ya no me pidan más”, “yo sólo celebro los misterios de la Semana Santa”.
Ciertamente podemos caer en la rutina, en lo cotidiano después de celebrar estos días santos. La Semana Santa conlleva mucho ajetreo, celebraciones muy hermosas, actos de piedad muy simbólicos; de repente, la liturgia toma de nuevo un ritmo más tranquilo. Transcurrido los días de la Pasión, volvemos a lo que hacíamos antes. Lo mismo les pasó a los discípulos. Después de que Jesús había resucitado, ellos volvieron a su antiguo oficio: volvieron a pescar.
Pero ¿qué sucede cuando el hombre vuelve a lo que era antes? Su vida puede resultar vacía, perderle sentido a su existencia. Vemos como los discípulos, tras estar trabajando toda la noche, no pudieron pescar nada. Fue una noche de trabajo infructuoso. Ahora bien, ¿qué sucede cuando Jesús se presenta? Se obtiene una pesca milagrosa.
A nosotros nos puede suceder algo semejante: todos hemos pasados por momentos difíciles, por noches de malas y fracasos en nuestro trabajo, alguna vez nos hemos podido decepcionar en nuestro caminar. De este pasaje evangélico podemos sacar una enseñanza: cuando Jesús no estaba con los discípulos no consiguieron nada; pero en cuanto están con ellos, escuchan su palabra y le hacen caso, llenan toda la barca.
Ese es el Cristo en quien creemos y al que seguimos: el Resucitado que nos acompaña misteriosamente; aquel que nos prepara la mesa, ya no con pan y pescado, sino con su propio Cuerpo y su propia Sangre; es Aquel que le ha dado el valor a San Pedro de predicar su resurrección, sin temer que eso lo lleve a prisión.
En este tiempo camino pascual, se nos invita a no perder nunca la esperanza en el Resucitado, a no dejarnos llevar por el desanimo. Tal vez nuestras fuerzas son pocas, muy escasas, pero, en su nombre, con la fuerza del Señor, podremos llegar a lugares impensables, podemos hacer demasiadas cosas por el Reino de Dios.
Jesús sigue confiando en nosotros. Él nos pide que lo intentemos de nuevo: “echen las redes a la derecha; ahí encontraran peces”. ¿Te ánimas a volver a intentarlo? No tengamos miedo de volver a la frescura y alegría del Resucitado. Hagamos lo que nos pide el Señor, así obtendremos lo que más nos conviene.
Estemos atentos a nuestro alrededor. Que el Señor nos conceda la gracia de poder reconocerlo cuando sale a nuestro encuentro. Que cada uno de los pasos que demos en nuestra vida nos lleve a decir como los discípulos: “es el Señor” quien lo ha hecho. Dejémoslo todo y vayamos a su encuentro.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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