Lunes III de Pascua
Hch 6, 8-15
Sal 118
Jn 6, 22-29
No sé si alguna vez te haya sucedido esto: un pequeño grupo de amistades se junta cada fin de semana y es tan bueno ese ambiente, que con el pasar de los días, meses y años va incrementando en número. Nos llama la atención aquel fenómeno que hasta nos preguntamos: ¿cómo puede ser eso posible? ¿Por qué en aquel grupo, que era tan pequeño, ahora acuden demasiadas personas? Lo mismo sucedió en tiempos de la Iglesia primitiva. La Palabra de Dios se iba difundiendo en medio de la comunidad que el número de personas comenzó a convertirse al cristianismo.
Por eso mismo en la comunidad de los judíos se han encendido las alarmas. Ya no ven con buenos ojos todo lo que los Apóstoles van realizando, no terminan de creer en su predicación y todas las obras que los acompañan. Comienzan los celos y envidias para aquellos hombres llenos del Espíritu de Dios.
Se presenta un hombre, Esteban, uno de los siete diáconos elegidos para atender a la comunidad cristiana. Esteban, recordemos, estaba lleno de gracia, ha recibido una fuerza especial por parte de Dios para poder predicar. No viene a ser un antídoto para solucionar la problemática entre judíos y cristianos, sino más que nada será un medio para poder salir triunfante en la adversidad. Podemos decir que el poder que poseía Esteban era ver las cosas con los ojos de Dios.
Qué espectacular sería tener ese poder de Esteban, ver las cosas con los ojos de Dios. ¿Qué crees? Si lo tenemos, ya que desde nuestro bautismo hemos sido marcados por el Señor y habita en nosotros el Espíritu Santo.
Ahora, que sencillo sería predicar y que todos nos hicieran caso. Pero no es así. Nos damos cuenta de que hay personas que no siempre están a nuestro favor, otras que nos ponen zancadillas, otros que simplemente no les interesa aquello que compartimos con ellos. Siempre habrá alguien que se oponga en nuestro camino.
A pesar de eso, no te preocupes, puesto que Dios está contigo, como lo estuvo con Jesús, como lo está con Esteban. Aquel signo que muestran los Hechos de los Apóstoles se sigue repitiendo con nosotros: “el rostro de Esteban se veía como el de un ángel”. Hoy en día, Dios se vale de muchos “rostros resplandecientes” como señales para alentar a nuestra comunidad: los médicos y enfermeros que asisten y ayudan en medio en esta pandemia; los maestros que con sus esfuerzos enseñan a sus alumnos aprovechando la tecnología; los ministerios y grupos que buscan su crecimiento espiritual; etc.
No vayamos a Dios únicamente cuando las cosas no van tan bien: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido hasta saciarse”. Busquémoslo porque verdaderamente es necesario, porque su amor es incondicional y dura para siempre.
Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de ser testigos amorosos de su Resurrección y busquemos el alimento que dura para siempre: Jesucristo Resucitado.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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