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"No pierdas la paz: confía en Dios"

 Viernes IV de Pascua 


Hch 13, 26- 33

Sal 2

Jn 14, 1-6



    Lo que pareció ser la derrota más escandalosa sufrida por Jesucristo, se ha convertido en la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte. Dios es el único que sabe sus caminos, los cuales están muy lejos de los nuestros. Aquellos que aceptamos la voluntad de Dios, hemos de aprender a leer los acontecimientos de la propia vida desde el corazón del Padre y no desde las expectativas humanas.


    Dios quiere que nos entreguemos a su amor. Así como Jesús se entregó por nosotros, el Señor quiere que nos consagremos a él en totalidad, no a medias, para que así podamos anunciar el Evangelio, no sólo con palabras, sino como testigos que dan a conocer el amor de Dios, un amor que llega hasta el extremo, con tal de llevarnos a la plenitud de la vida.


    Recordemos que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (Tim 2, 4). Mediante el misterio Pascual de Cristo, se nos ha dado acceso a la eternidad, junto al Señor. Sólo aquel que acepta por medio de la fe al enviado del Padre, vivirá con Él eternamente. Jesús, Camino, Verdad y Vida, nos une a Él para que, caminando en el amor fiel, cumplamos siempre la voluntad del Padre y así podamos acceder a la Gloria Eterna.


    Muchas veces quisiéramos ver directamente a Dios. Mientras nos llega ese momento, debemos de aprender a descubrirlo en los pasos de su Hijo amado, ya que todos ellos serán dichosos por haberlo conocido y experimentado por medio de Jesucristo, el Señor.


    Ahora bien, podemos decir que, ante alguna adversidad, lo que tiende a perderse en primer lugar es la paz, la confianza plena en el Señor. Ante las dificultades se nos cierra el mundo, se eclipsa nuestra mirada. Por ello, Jesús nos invita a “no perder la paz”, a tener puesta nuestra mirada y corazón en Él.


    Si el Señor nos ha prometido un lugar en la casa de su Padre, créeme, lo cumplirá. Algún día Él vendrá y nos llevará consigo, para que donde Él esté, también estemos nosotros. Una vez más podemos experimentar el amor y misericordia que Dios nos tiene. Si creemos en el Señor y seguimos por el camino trazado por Jesús, no debería de existir ninguna razón para angustiarnos, ya que tendremos un lugar seguro en la casa del Padre.


    San Pablo es testigo de esto. En su discurso en la sinagoga de Antioquía ha dicho, “la promesa hecha a nuestros padres”, es decir, la de salvarnos y llevarnos al cielo, “Dios la ha cumplido por medio de su Hijo”. Jesús cumple lo que promete. Por ende, es necesario tener confianza y fe plena en sus palabras.


    No nos dejemos dominar por el temor, la incredulidad o la inseguridad. Confiemos en que Dios quiere lo mejor para nosotros. Por ende, entreguémosle nuestras debilidades y dolencias, para que en Él podamos encontrar la paz, el amor y la misericordia.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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