Domingo de Resurrección Ciclo “B”
Hch 10, 34. 37-43
Sal 117
Col 3, 1-4
Jn 20, 1-9
¡Cristo ha resucitado! Y esto no solo se traduce en un revivir o regresar de la muerte, sino que, en este acontecimiento de amor filial, Jesús nos transforma totalmente, haciéndonos resucitar a una vida nueva: “si el grano de trigo muere, producirá mucho fruto” (Jn 12, 24).
Hoy, Domingo de Resurrección, celebramos la fiesta más grande e importante del año litúrgico cristiano. Es la “fiesta de fiestas”, diría San León Magno. Jesús no sólo ha regresado a la vida, como Lázaro, que, llegado el momento, experimento por segunda vez la agonía de la muerte. No. Cristo ha resucitado y la muerte ya no tiene dominio sobre él.
El amor total y de entrega filial que tuvo Jesús en la cruz nos alcanza a todos para la remisión de nuestros pecados, para el perdón de nuestras faltas. Por medio de su Resurrección, Cristo ha roto las cadenas del pecado y de la muerte, otorgándonos así la vida que no termina, la vida eterna.
Jesucristo ha vencido y nos hace participes de su vida inmortal. Aquella victoria alcanzada por el Señor, también en nuestra victoria, pues todos los que vivimos para Él, ya no morimos, sino que vivimos para siempre (la esperanza de la vida eterna).
Por medio de la fe y el bautismo que todos hemos recibido, “llegamos a ser uno en Cristo Jesús” (cfr. Ga 3, 28). Diría Benedicto XVI: “ya no somos una sola cosa, sino somos uno con Él, un nuevo sujeto”. Una vez que hemos sido injertados en Cristo por medio del bautismo, recibiremos la vida inmortal de Dios, puesto que somos sus hijos.
Ahora bien, Jesucristo Resucitado, no es un recuerdo del pasado. Al contrario: Cristo vive y da la nueva vida a cuantos creen en Él. Somos llamados a vivir en comunión con Él. Es una relación tan intima y estrecha que nos llama a vivir de corazón a corazón. La Resurrección de Cristo no es una tradición o costumbre en la Iglesia, sino más bien es una persona viva, que transforma con su gracia nuestro ser.
Al encontrarnos con Jesús Resucitado, estamos llamados a eliminar la vieja levadura, haciendo una masa con la nueva levadura. Es decir: antes podíamos a ver vivido en el pecado, pero ahora tenemos que vivir envueltos en la luz del Resucitado. No permitamos que la antigua levadura, la del pecado y la corrupción, contaminen la nueva vida que hemos recibido en el Señor.
No busquemos a Jesús entre los muertos, sino entre los vivos, pues Él ha resucitado. Que en estos tiempos difíciles la esperanza de la Resurrección nos lleve a vivir plenamente en la gracia de Dios y renovados por esa gracia del Salvador, podamos anunciar a todos la alegría del Resucitado.
Felices Pascuas de Resurrección.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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