Jueves IV de Pascua
Hch 13, 13-25
Sal 88
Jn 13, 16-20
En la vida del cristiano se dan dos rasgos que le dan identidad a su ser: la historia y el servicio.
San Pablo no anuncia a Jesús de buenas a primeras, sino que lo hace por medio de la historia. Va haciendo alusión a la historia del pueblo que, con el tiempo, llegará a la madurez, “a la plenitud de los tiempos” (cfr. Ga 4, 4). Los Apóstoles, cuando anuncia a Jesucristo, no comienzan por Él, sino por la historia del pueblo.
Dios entra en la historia del hombre y camina junto con él. Todo hombre está inmerso en la historia, puesto que no se pertenece a sí mismo, sino que está inmerso en un contexto, en un espacio, en un pueblo, en una cultura.
Nuestra historia personal se puede contemplar desde los aspectos positivos, pero también desde los negativos, con sus luces y sus sombras, porque al fin y a cabo es una totalidad. Nuestra historia de vida debe contarse entre los santos y pecadores. Mi historia debe ser contado con nuestro pecado, pero también con la gracia del Señor, el cual nos acompaña, para perdonar nuestros pecados y santificarnos con su gracia. Podemos resumir: no hay identidad cristiana sin historia.
El otro rasgo que le da identidad al cristiano es el servicio. Jesús ha lavado los pies a sus discípulos y nos invita a hacer lo mismo que Él: servir. Todo cristiano está llamado a servir, no a encerrarse en sí mismo por medio del egoísmo.
Todos somos egoístas de una u otra manera. De hecho, es una costumbre de la cual debemos deshacernos, ya que estamos llamados a ser servidores. El servidor no busca servirse de los demás o que lo sirvan. Todo lo contrario: el servidor se pone a disposición del otro, atento a sus necesidades, dispuesto a ayudar a quien lo necesite.
Aquel que dice ser seguidor de Jesucristo no puede vivir desde la apariencia, fingiendo ser algo que no es. Tampoco puede maquillar el corazón. El que es testigo del Señor hace lo mismo que Jesús hizo: se hace el último y el servidor de todos.
Seguir al Maestro implica escuchar su palabra. La invitación que nos hace Jesús es entender el signo del servicio y ponerlo en práctica. El Señor quiere hacernos entender que la verdadera felicidad se encuentra en el servicio a los demás y en la humildad de desempeñarlo con amor y solidaridad.
Hemos sido llamados a imitar a Jesús. Si Él, siendo Dios se hace el último y servidor de todos, lo mismo tenemos que hacer nosotros. Que el Señor nos conceda la gracia de entender esto, para que, al ponerlo en práctica, seamos dichosos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Beñiennd
ResponderEliminarBuen día Padre Gerardo!! Dios lo bendiga siempre!!
ResponderEliminarExcelente como siempre!!
ResponderEliminar