Jueves III de Pascua
Hch 8, 26-40
Sal 65
Jn 6, 44-51
En nuestro itinerario pascual seguimos desbordándonos en la alegría del Resucitado y todo lo que este acontecimiento salvífico sigue produciendo en la Iglesia primitiva.
El día de hoy, la perícopa de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra muchos elementos a reflexionar: contemplamos la docilidad de Felipe al responder a la solicitud que le hace el ángel del Señor; el amor tan grande que Dios tiene por todos sin hacer exclusión de nadie; la actitud de un hombre que se deja instruir por el hermano.
Sorprende la docilidad de Felipe. Un hombre abierto totalmente a la escucha de la Palabra de Dios, no sólo para poder compartirla con los demás, sino dejarse conducir por ella, haciéndola una norma de vida en él. Del mismo modo debe de suceder en nosotros: hemos de ser hombres de oración, dispuestos a dejarnos conducir por el Señor. La docilidad es un fruto que debemos de trabajar en nosotros, esforzándonos día a día para permanecer en sintonía con el Padre. Podría parecer imposible para nosotros, pero “Dios hace todo posible” (cfr. Lc 18, 27).
Felipe, impulsado por el Espíritu Santo, se acerca al carro del Eunuco. Tal vez pudo objetar: ¿qué va a pensar de mí? Pero no lo hace. El temor no lo priva, no se detiene ante el temor del qué dirán. Todo lo contrario: él se fía completamente en el Señor, absteniéndose de cuestionar los planes de Dios, sino se abandona completamente a su llamado.
Surge una pregunta: “¿entiendes lo que estás leyendo?” El etíope se pudo haber portado severo con Felipe: ”¿Crees que soy tonto o qué?”. Tuvo la oportunidad de engañarse, de llenarse de soberbia: “¡Claro que lo entiendo!”. También pudo haber respondido de una manera agresiva: “¿A ti que te importa si entiendo o no!”. Pero no fue así, su actitud fue de humildad, reconociendo su ignorancia: “¿cómo lo voy a entender si nadie me lo explica?”. Del mismo modo, nosotros debemos dejarnos instruir por los demás, reconocer con humildad nuestras limitaciones y permitir que otros nos ayuden cuando sea necesario.
La manera en la que Felipe enseña lleva al Eunuco a querer bautizarse. Pero ¿qué tienen las palabras de Felipe? ¿Qué palabras utiliza en su enseñanza? Por lo menos los elementos que ya hemos mencionado anteriormente: docilidad, confianza en el Señor y humildad. Felipe nunca se proclamó a sí mismo, sino que siempre predico a Jesús Resucitado. El mismo Maestro nos lo ha dicho: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre”. Al igual que Felipe, Dios nos llama para ser pregoneros de la Buena Nueva. Y no te preocupes por el método de enseñar, sino más bien abandonarte completamente al Señor. “¿Habrá alguna dificultad en esto?”. Ninguna, sí de verdad lo crees de corazón.
Oportunidades de ser instrumentos del Señor sobrarán. Lo que necesitamos es empezar a ser dóciles a Dios, romper nuestros temores y confiar plenamente en el Señor. Hagámoslo desde la humildad. Permitamos que el Señor se siga manifestando por medio de nuestra predicación y testimonio de vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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