Viernes II de Pascua
Hch 5, 34-42
Sal 26
Jn 6, 1-15
El mundo de hoy tiene hambre. ¿Cómo alimentarlo y darle vida? ¿Cómo ser pan de vida para tantos que mueren de hambre? Existe una fórmula para tener “pan de vida” y nos la ha regalado Jesucristo. Basta con seguir tres sencillos pasos: “tomar, agradecer y repartir”.
Primeramente, debemos dejarnos tomar. Hay que permitir que otros tomen posesión del propio yo: entregárselo. Este punto es lo contrario al egoísmo o individualismo, los cuales solo buscan utilizar a los demás en beneficio propio. Aquel que está cerrado en su individualismo no permite que nadie entre a su propia vida.
Jesús, por el contrario, nos motiva a ser mejores, a salir del ensimismamiento, a huir de la cárcel del propio ego, a romper las cadenas del individualismo. Aquel que se ha dejado encontrar por la luz del Resucitado, que se ha regenerado por medio del agua y del Espíritu, abandona todo interés egoísta, le abre paso a Dios para que lo conduzca por sus propios caminos, saliendo al encuentro del prójimo.
Después hemos de dar gracias, o lo su equivalente, ser agradecidos. Se trata de un acto que transforma a toda la persona. Manifiesta una actitud de dejarse querer, reconociendo que todo lo que se tiene es un regalo inmerecido. Dar gracias es como el efecto dominó o reacción en cadena, el cual es un efecto acumulativo producido cuando un acontecimiento origina una cadena de otros acontecimientos similares: la gratitud tiende a generar más gratitud.
Si reconociéramos que todo lo que tenemos es dado, entenderíamos mejor la vida, ya que la contemplaríamos como un inmerecido bien recibido por parte de Dios.
Por último, hay que dejarse partir para ser repartido. La perfecta alegría surge en el terreno fecundo de la gratitud, llevándola a una entrega generosa de la persona misma. Cuando se logra experimentar todo lo que se ha recibido se busca compartirlo con los demás. Si la vida es un regalo recibido de Dios se busca compartirla y repartirla con otros. Al identificar todos los dones que hemos recibido, hemos de compartirlos de una manera generosa y espontánea.
De esta manera nos convertimos en alimento para los otros, para los más necesitados, para todos aquellos que tienen hambre y sed de Dios. Jesús nos sigue enseñando que todos tenemos algo que compartir con los demás. No lo dudes, tienes mucho que ofrecer a los demás. Parecerá insignificante, “aquí hay un muchacho que solo tiene cinco panes y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente”, pero créeme, alcanzará para todos y hasta sobrará.
No olvidemos que toda nuestra vida se debe de sostener en el Señor, puesto que, si no es así, nuestra obra no subsistirá, puesto que el mismo Gamaliel lo ha dicho: “Si lo que están haciendo es de origen humano, llegará a su fin. Pero si todo aquello es cosa de Dios, no podrá nada deshacerlo”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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