Domingo de Pentecostés
Hch 2, 1-11
Sal 103
I Co 12, 3-7. 12-13
Jn 20, 19-23
El día de hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés. Esta fiesta constituye el bautismo de la Iglesia. Es un acontecimiento que le ha dado, por decirlo de alguna manera, la forma inicial y el impulso a su misión, los cuales siempre son actuales y se van renovando dentro de la misma.
Pentecostés es la fiesta de la unión, de la comunión humana, de la comprensión. Aunque actualmente estamos cada vez más cerca por los medios de comunicación, muchas veces la relación es superficial; el dialogo entre generaciones cada vez resulta más difícil y complicado de entablar, prevaleciendo muchas veces la contraposición; parecería que el hombre se ha vuelto más agresivo e intratable. Analizando la realidad, ¿podemos verdaderamente encontrar y vivir la unidad que tanto necesitamos?
La respuesta a esta pregunta la podemos encontrar en la Sagrada Escritura: sólo puede existir la unidad con el don del Espíritu de Dios (cfr. I Co 12, 3), el cual nos da un corazón nuevo y una lengua experta, nos otorga la capacidad de comunicarnos unos con esto. Qué espectacular lo que sucedió en aquel Pentecostés: el Espíritu Santo bajó sobre los discípulos, de posó en cada uno de ellos y su fuego los transformó completamente: el miedo desapareció, las lenguas se soltaron y comenzaron a hablar, de manera que todos pudieran entender el anuncio de que Jesús había resucitado. En aquel momento, en donde había división e indiferencia, comenzó a darse la unidad y la comprensión.
Jesús ya nos lo había dicho en su discurso de despedida: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena (Jn 16, 13). El Maestro nos explica qué es la Iglesia y cómo debe de vivir para ser lo que tiene que ser, para ser un lugar de unidad y comunión.
Actuar como verdaderos cristianos, llenos del Espíritu Santo, es no estar encerrados en nuestro propio “yo”, sino orientarnos hacia el otro; significa acoger en nosotros mismos a toda la Iglesia o, mejor dicho, dejarme acoger por ella. En el momento en el que yo hablo, pienso y actúo como cristiano, no lo hago encerrándome en mí mismo, sino que deseo hacerlo todo por todos.
“Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo”. Nos encontramos con la diversidad y la unidad. Parecería que son dos palabras que se contraponen entre sí, pero es el Espíritu Santo que da la “unidad” en medio de la “diversidad”.
Debemos vivir según el Espíritu de unidad y de verdad. Por eso, es necesario pedirle que nos ilumine y nos ayude a vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, para así acoger la verdad de Jesucristo, que es trasmitida en la santa Iglesia.
Que el Espíritu Santo nos reavive el don que todos hemos recibido por el bautismo y nos anime a ser constructores de la unidad. Que el Paráclito nos conceda la valentía de salir de nosotros mismos para llegar a ser una sola familia, con un mismo Espíritu.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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