Viernes VII de Pascua
Hch 25, 13-21
Sal 102
Jn 21, 15-19
Al contemplar esta escena, la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades, no sólo nos deja una gran lección, sino que nos hace reflexionar en cómo nos estamos dejando interpelar por el Señor y su Palabra.
Recordemos que Pedro, en la Última Cena, le había prometido a Jesús que nunca lo iba a abandonar (cfr. Mt 26, 33), incluso le había asegurado que “daría la vida por Él” (cfr. Jn 13, 37). Ya todos conocemos el desenlace: terminó negando a Jesús tres veces, jurando que no lo conocía. Simón Pedro le falló a Jesús.
Muchos nos decimos ser auténticos discípulos del Maestro, pero a la hora de la prueba o de la adversidad, salimos corriendo despavoridos. Todas las promesas que le hemos hecho al Señor se vienen abajo cuando sentimos que el agua nos esta llegando al cuello. Tal vez sea nuestra propia humanidad, pero no debemos de negar que muchas veces lo hacemos más por salvar nuestro pellejo del que dirán o para librarnos de algún dolor o sufrimiento.
Aunque sigamos dándole la espalda a Jesús, Él se acercará siempre a nosotros. Nos dará la oportunidad de volver, de cambiar nuestro egoísmo por amor verdadero. Las preguntas que Jesús le formula a Pedro nos las hace ahora a nosotros: “¿Me amas más más que éstos? ¿Me amas? ¿Me quieres? Nuestra respuesta ya no puede ser tan espontánea, sino que debe de ser con humildad: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú bien sabes que te quiero”.
Cada día que el Señor nos permite comenzar, es una oportunidad para confirmar nuestra respuesta, para mantenernos firmes en su amor. Así como Simón Pedro, que se mostró débil en su humanidad, aquí se le presenta la oportunidad de reparar su triple negación con una triple profesión de amor.
Jesús ayuda a Pedro en su rehabilitación, a volver de nuevo al verdadero amor. Ya todos conocemos el desenlace de esta historia: a partir de ese momento, como lo hemos meditado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, Simón Pedro dará testimonio de Jesús ante todo el pueblo, en medio de los tribunales, en prisión y hasta en su martirio.
Al estar concluyendo el tiempo de Pascua, cada uno de nosotros debemos de reconocer las muchas veces que hemos sido débiles y que hemos decidido quedarnos callados por miedo o por vergüenza, todas aquellas veces en las que no supimos dar testimonio de Jesús. Todavía tenemos la oportunidad de reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, no sólo de palabras, sino también con nuestra manera de obrar.
Hoy también el Señor nos dice: “Sígueme”. Desde nuestra pequeñez podemos contestarle al Resucitado con las palabras de Pedro: “Señor, Tú lo sabes todo”, Tú sabes de mi fragilidad, Tú sabes de mis miedos, Tú conoces mis inseguridades, Tú conoces todo de mí… pero a pesar de todo esto, “Tú bien sabes que te amo”. No tengas miedo, confía en el Señor. Si Él está con nosotros, ¿quién puede estar en nuestra contra? (cfr. Rm 8, 31).
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea !! Bendecido día!! Graci
ResponderEliminar