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"Encontrarle sentido a la vida"

 Martes VII de Pascua 


Hch 20, 17-27

Sal 67

Jn 17, 1-11



    A la inmensa mayoría nos cae mal las personas que son presumidas y que lo único que hacen es andar presumiendo, hablando de todo el bien que hacen, de lo portentosos que son sus proyectos. En el fondo podemos llegar a pensar: “¡Qué persona tan más fantoche! Lo único que quiere es llamar la atención.


    Seamos honestos: a todos, en el fondo, nos gustaría sentirnos reconocidos, que se nos tome en cuenta, que nos aprecien y nos presten atención. De alguna manera, el hombre busca la aprobación de los demás. A unos se les nota más que a otros, pero todos, en el fondo, buscamos el cariño y la comprensión del otro.


    Hoy, en la primera lectura, nos encontramos con el presumido de Pablo, el cual se pone a alardear de todo lo que ha hecho: “Bien saben cómo me he comportado entre ustedes, desde el primer día en que puse un pie en Asia…”. Sin embargo, aquí radica una enorme diferencia: mientras que la gran mayoría busca una aceptación, el Apóstol espera todo lo contrario: “Solo sé que el Espíritu Santo en cada ciudad me anuncia que me esperan cárceles y tribulaciones. Pero la vida, para mí, no vale nada”.


    Podríamos pensar que a San Pablo le han afectado los golpes que ha recibido, porque parece que no piensa con claridad. Nos ha dicho que, “para él, la vida no vale nada”. ¿Por qué esa actitud? Fácil: aquel que desprecia la vida es porque ha encontrado algo mejor: a Jesucristo. Ya lo había externado en la carta a los filipenses: “Para mía la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21).


    Cuidado: el que Pablo diga que la vida carece de sentido para él no le hace buscar la muerte a como de lugar, sino que “la perla preciosa que ha encontrado” (cfr. Mt 13, 45-46), le da la fortaleza necesaria para afrontar los sufrimientos y congojas que le aguardan en este mundo. El Apóstol no tiene ideas suicidas o va actuando en su vida por mero impulso, sino que es alguien que confía plenamente en el Señor, es una persona que sabe que después de esta vida le espera otra realidad y es eso lo que le da la valentía para poder afrontar todas las adversidades que se le presentan en la vida.


    Las palabras dichas por Jesucristo en el Evangelio ya son vividas por San Pablo: “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado”. Podemos decir que de alguna manera él ya vivía desde este mundo la vida eterna, porque conocía a Cristo y reconocía al Dios verdadero. De ahí su gran deseo de llevar su predicación hasta las ultimas consecuencias.


    Así como san Pablo, también estamos llamados a vivir en esa profundidad del conocimiento de Jesús. Hemos, pues, vivir en la radicalidad del amor, siguiendo los pasos del Apóstol: es decir, vivir desde la humildad, la entrega y la fidelidad. Que el Señor nos conceda la gracia de redoblar nuestros esfuerzos, no sólo para ser reconocidos entre los hombres, sino para poder encontrarnos con Jesucristo, el Señor, y así anhelar la vida eterna.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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