Martes VIII semana Tiempo Ordinario
Si 35, 1-15
Sal 49
Mc 10, 28-31
Qué significativas resultan las palabras que Pedro le dirige a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”. Parecería que San Pedro, siguiendo la recomendación que nos hace hoy el libro del Eclesiástico, “no quisiera presentarse a Dios con las manos vacías”.
Pedro puede presentarse satisfecho, puede presumir de todas las renuncias que ha hecho por seguir al Maestro, al igual que todos sus compañeros. Con todo esto, él puede esperar una recompensa. Nos resultaría lógico pensar: como Simón Pedro ha ofrecido, tiene derecho a recibir.
La lógica del mundo nos dice que es normal ofrecer algo para obtener algo a cambio: “te doy para que me des”. Muchas personas ofrecen mucho y esperan ser retribuidas. Pero los creyentes no seguimos la lógica del mundo, sino que nos basamos en la lógica de la gratitud, del amor sin esperas ni condiciones, de la entrega generosa de nuestra propia persona. Ya nos lo había externado San Pablo: “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35).
Aquello que le sucedió a Pedro, nos puede pasar a nosotros. Podemos caer en la mentalidad de reclamarle al Señor una recompensa o alguna gratificación por nuestro trabajo. Tengamos cuidado de no caer en la tentación de sobornar al Señor con nuestras acciones, sacrificios u ofrendas que le presentamos.
Hemos de caer en la cuenta y ser conscientes de que a Dios nosotros no le damos, sino que Él nos da con absoluta generosidad, tal como nos lo dice el libro del Sirácida: “Dale al Altísimo según la medida en que Él te ha dado a ti, dale tan generosamente como puedas, porque el Señor te da siete veces más”.
Si nos percatamos de esto podemos comprender y entrar en la lógica de Dios. Al caer en la cuenta de todo lo que el Señor nos regala, nos conduce a ser generosos con los dones que hemos recibido de Él, poniéndolos a su servicio y al del prójimo. Por lo tanto, “hacer favores y dar limosna”, se convierten en una ofrenda de alabanza agradable al Señor.
Entregar la vida gratis, es entrar en sintonía con el Señor, es estar en la lógica de Dios, es un “aroma que llega hasta el Altísimo”. Y créeme, esta ofrenda que haces por el Señor no quedará olvidada, ya que al Señor nadie la gana en generosidad. Dios es generoso con sus colaboradores, les da “hasta siete veces más” de lo que merecen, recompensa hasta con el “ciento por uno” en esta vida y, en el otro mundo, “con la vida eterna”.
Después de haber celebrado los misterios de la Resurrección, tras haber sido restituidos y fortalecidos con la luz del Espíritu Santo, hemos de reflexionar: ¿seguimos y entregamos toda nuestra vida a Dios con libertad y generosidad o estamos buscándolo únicamente para obtener algún beneficio? Dejemos de lado el egoísmo y el interés. Comencemos a dar con generosidad, sin espera nada al cambio. Tenlo por seguro, “tu Padre que ve lo secreto, te recompensará” (cfr. Mt 6, 6) con la vida eterna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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