Martes VI de Pascua
Hch 16, 22-34
Sal 137
Jn 16, 5-11
En ocasiones se presenta un problema en tu vida. Uno pequeño. Crees poder con él; estas completamente seguro de que si puedes afrontarlo. De repente, llega otra problemática no tan pequeña y, cuando apenas te da tiempo de reaccionar, llega un problema más grande. Llega un momento en el que ya no sabes que hacer, que determinación tomar ante aquellas circunstancias que te rodean. Lo que comenzó siendo algo tan pequeño, se ha salido de control, volviéndose un problema mayúsculo. Poco a poco todo comienza a salirse de tus manos; al igual que Pablo y Silas sientes como si tu vida se tornara oscura, te invade el sufrimiento, viviendo una noche negra: “los metieron en el calabozo y les aseguraron los pies con grilletes”.
Pablo y Silas, hasta ese momento, estaban pasando por una de las experiencias menos agradables de sus vidas. Pero ¿cuál era su actitud? Estando prisioneros se encontraban en oración. Una suplica tranquila, confiada y profunda. Aquí cabría preguntarnos: ¿cómo es mi oración en los momentos difíciles? Tal vez recemos de una manera desesperada, apresurada o, incluso, caótica. En parte, esto es comprensible, ya que cuando comenzamos a sentir que el agua nos llega hasta el cuello, viene la desesperación. Sin embargo, hemos de tener la capacidad de darnos un tiempo para el Señor, de calmar nuestra desesperación, de respirar profundo y así entrar en dialogo con el Padre, ya que de la oración se va a desprender la manera en como respondamos al llamado del Padre.
“De pronto las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas”. ¿Qué hubiéramos hecho en una situación como esa? ¿Cómo hubiéramos reaccionado? Imaginemos: nos encontramos en el peor lugar, encarcelados, nos encontramos en oración y de repente se abren las puertas de par en par y se nos liberan los tobillos de los grilletes que llevábamos impuestos. Más que uno hubiera reaccionado inmediatamente huyendo de aquella situación.
Sin embargo, nadie salió de la prisión; todos permanecieron en su lugar. Aquí nos podemos dar cuenta de los frutos de la oración en medio de las tempestades, ya que tendremos la capacidad de no reaccionar de una manera impulsiva, sino que pensaremos cual es la mejor opción. Aunque parezca que salir corriendo es lo mas práctico, actuar con prudencia y sensatez es lo mejor.
Por esa razón, en muchas ocasiones perdemos de vista nuestro caminar, desviando nuestra vida de lo que Él nos señaló. Y el Maestro nos pregunta: ¿a dónde vas? Cuando somos impulsivos tomamos rumbos distintos a los que Cristo nos enseñó, dándonos cuenta de que lo único que estamos haciendo en apartarnos de su doctrina, de su amor.
Que en los momentos difíciles por los que estés pasando la oración sea tu mejor arma, para que por medio de ella puedas pensar y actuar prudentemente en todas las dimensiones de tu vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea!! Bendito Dios!! Bendecido día Padre Gerardo!!
ResponderEliminarExcelente reflexión! Saludos :)
ResponderEliminar