Viernes VIII semana Tiempo Ordinario
Si 44, 1. 9-13
Sal 149
Mc 11, 11-26
Jesús ha llegado a Jerusalén. Tras su entrada solemne en la ciudad, Marcos nos manifiesta un par de acciones simbólicas que realiza el Señor: la higuera estéril y la expulsión de los mercaderes del Templo.
La higuera no tenía frutos y Jesús se queja de aquella esterilidad. Pero ¿por qué esperaba encontrar frutos, sino era tiempo de higos? Al llegar al Templo, el Maestro les vuelca las mesas a los cambistas y a los que vendían palomas. ¿Qué mal han hecho estas personas, si aquellos hombres vendían animales para el sacrificio? Parecería que aquel día Jesús se levantó con el pie izquierdo.
Tal vez nos resulte un poco extraño contemplar a Jesús molesto, decepcionado por no haber obtenido lo que Él deseaba. Aquellas quejas o actitudes, tiene una razón de ser: Jesús se da cuenta que el corazón del pueblo está lejos de Dios.
Este lamento de Jesús nos recuerda aquel poema escrito por Isaías, sobre la viña estéril: “Un amigo tenía una higuera… él esperó que le diera uvas, pero recibió agraces” (cfr. Is 5, 1-5). A Jesús le duele ver la esterilidad en aquellos que dicen creer en Él, pero con sus actitudes muestran todo lo contrario.
Pero Jesús no sólo se decepciona de aquellas personas de su tiempo, sino que también se puede decepcionar de nosotros, al ver que no hemos dado frutos o por seguir viviendo en la esterilidad. Valdría la pena que hiciéramos un alto en nuestra vida y nos dejáramos interpelar por el Señor, porque sería muy triste defraudar a Dios no dando frutos.
El Evangelio nos dice: “A la mañana siguiente”. Después de todo aquel alboroto, viene la calma. Todo comienza a tomar un tono más normal. Jesús vuelve a ser el dueño de la situación. Aunque Pedro le recuerda las palabras que pronunció sobre la higuera el día anterior, Jesús responde con una nueva actitud: “Tengan fe en Dios”.
Probablemente a lo largo de nuestra vida hemos caído en el error de los mercaderes, que buscaban un beneficio en sus ventas, o tal vez hemos estado cómo aquella higuera y no dimos fruto cuando el Señor nos lo pidió. Sin embargo, no todo está perdido. También esos días malos que hemos vivido, pasaran: si alguna vez defraudaste al Señor pecando, se paciente, la noche pasará; si alguna vez Dios esperaba más de ti y lo decepcionaste, no te desesperes, mañana será un nuevo día para volverlo intentar. Diría una canción: “La noche terminará, pronto amanecerá. El cielo se puede abrir y el sol podrá brillar” (Noche sin fin).
Al final del Evangelio nos encontramos con el Jesús al que estamos acostumbrados a mirar: un Jesús de amor, de misericordia y de perdón. La gloria de Dios brilla sobre las obras de su creación y mucho más resplandece en los hombres que elige para realizar su designio de salvación.
Estamos llamados a ser hombre de bien, como lo dice la primera lectura, a ser fieles a la gracia de Dios, acogiendo su bondad y dando frutos en nuestra vida. El cristiano con una fe firme, gozará de la esperanza y lo manifestará con su manera de amar, tanto a Dios, como al prójimo.
Jesús siempre espera algo de nosotros. Sea mucho o sea poco siempre ofrécele algo al Señor. Dale la oportunidad a tu corazón de confiar en Él, de depositar toda tu fe en Jesús y obtener lo que necesitas para dar frutos abundantes.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea!! Graci
ResponderEliminarQue la luz de Dios nos ilumine siempre 🙏🏼
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